ESCUELA DE DESCODIFICACIÓN BIOLÓGICA ORIGINAL 2015 2016 Vol. 2 | Page 41

Padres e Hijos

+En el Nacimiento

El parto y el nacimiento, igual que para la madre, es para el bebé una experiencia de gran intensidad emocional.

Vamos a situarnos en la piel del bebé, en lo que supone para él la vivencia de su nacimiento. Siempre teniendo en cuenta que el bebé intrauterino y hasta los dos años de edad tiene una percepción puramente emocional. Eso significa que cualquier vivencia la transforma en emoción, en sentimiento propio.

A los más o menos nueve meses de gestación, el bebé intrauterino sabe, siente, intuye que algo va a empezar a cambiar para él. Se ha ido colocando en posición, su cabeza presiona sobre la pelvis de su madre y finalmente empiezan las contracciones que le empujan y lo impelen a abrirse camino por el canal de parto. No olvidemos que el bebé sigue en simbiosis total con su madre. Todos los pensamientos, sensaciones, emociones de ella los percibe y hace suyos. A ellos se une su propia vivencia del largo camino que recorre hasta la luz del mundo exterior. El bebé ha de avanzar durante horas milímetro a milímetro, abriéndose camino con su cabeza, rotando su cuerpo, recibiendo en él toda la fuerza de las contracciones. Todo un reto para su delicado cuerpo.

Se dice que un adulto situado en una situación equivalente de exigencia física y ambiental no sobreviviría a la experiencia. De nuevo la naturaleza aporta los ingredientes necesarios para ayudar al bebé a superar tal esfuerzo: un cuerpo increíblemente flexible; una fisiología al servicio del proceso, incluida la segregación de endorfinas; una determinación incansable en alcanzar su objetivo y una capacidad mental y emocional a prueba de bombas.

En mi práctica clínica con Anatheóresis (psicoterapia de regresión para adultos) he constatado la intensidad de la vivencia del bebé en su camino del nacimiento. He escuchado a las personas relatando su verdad sentida, a lo largo de su recorrido hacia el mundo exterior. Relatos llenos de sentimiento que emocionan al más frío de los mortales. Sorprende la lucidez de la percepción del bebé; la intensidad emocional llena de toda la gama de percepciones y sentimientos; los segundos, los minutos, convertidos en una eternidad (recordemos que en la percepción emocional no existe el concepto tiempo); cómo recibe todo lo que piensa y siente su madre; el consuelo de percibir su apoyo y compañía o el desánimo por lo contrario; su lucha, su incertidumbre, su inquietud ante lo que acontece, su determinación o su sentimiento de incapacidad; sus miedos o sus alegrías… toda una historia personal que va a dejar una huella perenne en su psique. Historias a veces dramáticas, guardadas como un secreto en lo más profundo de nuestra mente, inalcanzables a nuestra conciencia racional. Una historia única en cada individuo. Una historia que va a tener mucha influencia inmediata en nuestra vida y en el resto de nuestra existencia.

Y llega el momento cumbre de asomarse al nuevo mundo. Su existencia ha transcurrido hasta ahora en un auténtico paraíso. Flotando en el líquido amniótico; bañado en endorfinas; alimentado a través del cordón umbilical; con una temperatura estable, sin frío ni calor; recibiendo la alegría y el amor de su madre. Ahora ha sido empujado, expulsado, a través de un largo y duro camino, hacia un mundo nuevo y desconocido.

El bebé, en la experiencia de su nacimiento, surge a un mundo desconocido. Surge a un mundo agradable, placentero, afectivo, amoroso o surge a un mundo desagradable, agresivo, doloroso, violento. Se siente seguro con las personas que le rodean o hay que desconfiar de ellas.

Esa percepción en la vivencia de su nacimiento, es una impronta en nuestra psique que tendrá mucho que ver en la forma en que sintamos el mundo en el que vivimos, a las personas que nos rodean y a nosotros mismos.

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