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Las piedras de nuestra memoria

Cuando un historiador se enfrena a la necesidad de explicar por qué sus alumnos deben estudiar historia tiene dos recursos a mano. El primero, que podríamos denominar oficialista, es bueno como última opción para tiempos de crisis educativa, o como solución incuestionable cuando los alumnos exigen pruebas irrefutables: nos estamos refiriendo a la mención del BOE. El segundo de ellos, mucho más arduo, supone apelar a a lgo muy común en el campo histórico: la memoria.

La palabra posee su propio maleficio. Nos suena a interminables listas de reyes godos, a genealogías reales, a listas de fechas que en poco se diferencian del listín telefónico. Afortunadamente para todos, esos tiempos ya han pasado, no a la historia, sino al baúl de los recuerdos desafortunados. La obsesión por el dato es, hoy en día, un coleccionismo como cualquier otro; solo algún historiador aficionado al sadismo puede seguir practicándolo en su clase. Pero, a veces, se cea en el polo opuesto: en el desprecio por la memoria, olvidando -nunca mejor dicho- que los hombres y sus sociedades no pueden ser entendidos sin su pasado.

Lo que hoy somos, se lo debemos a nuestros antepasados. Nuestro modo de vivir, de trabajar, de estudiar, de divertirse, nuestras creencias, nuestras perspectivas de futuro, dependen -paradójicamente- del pasado. Y solo tenemos una manera de acceder a él: mediante la memoria.

Cuando alguien enciende la cocina de su casa, o enchufa su ordenador o pone la televisión, no necesita rememorar al hombre primitivo -australopitecus, para los alumnos- que aprendió -no inventó- a utilizar el fuego. Para nuestro remoto antepasado aquello era inexplicable, mágico, incluso divino; para nosotros es una pura rutina. Cuando la hechicera, en la tribu neolítica, ponía una cataplasma en la herida del guerrero, y este sanaba al poco tiempo, parecía que una fuerza sobrehumana y prodigiosa estaba actuando. Hoy, cuando nuestro practicante nos agujerea con antibióticos cierta parte del cuerpo que todos conocemos y que, por tanto, no voy a mencionar, podemos pensar cualquier cosa e incluso darle las gracias, pero no vemos nada misterioso ni en la aguja ni en las manos que la dirigen. Y todo ello no porque nosotros seamos más inteligentes que nuestros remotos antepasados, sino porque tenemos mucha más información y experiencia, porque tenemos unahistoria muchoa más larga que la suya. Porqu nuestra memoria está más llena.

En nuestra memoria, individual y colectiva, yace toda la información de lo realizado por la humanidad desde su lejano origen. Un libro de historia es una forma de acceder a ella, lo mismoa que una foto o un viejo instrumentos o las batallitas que cuenta el abuelo. El recuerdo es el guía que nos conduce a través del pasado; conforme envejecemos las páginas de eses recuerdo son más numerosas, nuestras referencias más abundantes y con ellas ha aumentado nuestra capacidad para comprender, para entender a los demás y a nosotros mismos en cuanto seres sociales que somos.

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Lo que somos y como vivimos se lo debemos a nuestros padres, a nuestros abuelos, a los abuelos de nuestros abuelos, a los lejanos australopitecus. Es cierto que ello no es ninguna garantía para que el hombre deje de cometer las tonterías de siempre, pero al menos dispone de la posibilidad de evitarlas. Ya sabéis aquel dicho: "el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra". Nuestra especie tiene archivados, por tanto, el recuerdo de sus tropiezos y si sigue cabezón tendrá el remordimiento de saber que ha batido el récord de la torpeza univesal. Y eso le habrá pasado por no haber estudiado historia, por no saber dónde estaban situadas las piedras de nuestra memoria.

Los romanos, que no eran tontos aunque sí uno ligones bastante persistentes, ya decían aquello de que la historia es maestra de la vida. Nuestras aspiraciones son más modestas: nos conformamos con que nuestros alumnos puedan llegar a comprender el mundo en que viven, a entender el legado que tantas generaciones anteriores les han dejado. No solo las victorias, también las derrotas; no solo el V Centenario, también el dolor de las pestes y las hmbrunas; no solo a Carlos V, también a los anónimos campesinos. No de memoria pero sí en la memoria de todos.

Un dels articles més celebrats és aquest del nostre professor José M. Fernández. Un referent de la nostra particular "intrahistòria"

Ribera nº 1 · 1992

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Este artículo surgió de la preocupación por el sentido de la historia para los alumnos. Para un adulto puede estar claro qué sentido puede tener la enseñanza de la historia, pero tal vez no para los más jóvenes. En la época de su publicación predominaba una enseñanza más memorística, más repetitiva, e intentábamos explicar que "eso" no era realmente la historia, que esta debía servir para algo más que para repetir fechas y listas de acontecimientos. Era un momento, aquel 1992, en que se estaba promoviendo el cambio curricular con la implantación de la LOGSE, y existía cierta preocupación por ver qué nueva Historia, en cuanto asignatura, se iba a diseñar para llevarla a las aulas. Ese fue el objetivo que me movió a escribir aquel artículo de juventud.

José Manuel Fernández, enero de 2016