Revista EntreClases Mayo 2018 | Page 87

-Te dije que no corrieras, muchacho imbécil. Te lo dije antes de salir Carlos, ¡te lo dije!.-no dije nada, pero mis ojos reflejaban una pregunta clara, ¿y Sofía?- ¿por qué Carlos?, ¿por qué corrías tanto?. Sofía no sobrevivió al accidente. No aguantó hasta llegar al hospital.

El mundo se me paró y empecé a llorar. Lloré como nunca antes lo había hecho y que solo una vez volvería a hacer. No se si fue por rabia o aclamando el perdón de Sofía, estuviera donde estuviese, pero mi llanto no tuvo desconsuelo.

Los médicos hicieron todo lo que pudieron para dejarme la pierna derecha lo mejor posible, pero no consiguieron que volviera a montar jamás a ningún caballo y tendría que andar apoyado en un bastón.

Al darme el alta fui a visitar a los padre de Sofía y les imploré su perdón, pero su reacción fue del todo inesperada:

-Hijo, no te preocupes. Nuestra pequeña Sofía padecía una enfermedad que la mataba desde dentro hacia ya dos años. Los médicos la desahuciaron y decidió irse a pasar sus últimas vacaciones con su prima al campo. Días antes del accidente, Sofía nos escribió contándonos lo feliz que estaba siendo en aquel pueblo y mencionó a un chico que le había devuelto las ganas de vivir. Ese eras tú Carlos. Tú le devolviste la vida a Sofía.- les di las gracias por contármelo y me marché. De camino al coche empecé a gritar como un loco. Gritaba y gritaba:

-¿¡Por qué, solo dime el por qué!?

Mis días terminaron de forma muy distinta a los de Sofía. La Muerte me llevó,también, en un día de tormenta pero yo estaba rodeado de mi mujer, Carmen y mis tres hijos, mientras yo estaba tumbado en una cama. Lo único que recuerdo del paso previo es oscuridad y frío, al igual que aquel fatídico día de abril.

Fue como quedarse dormido y al despertar vi luz. Mucha luz. Mis piernas no me dolían, podía moverlas con facilidad. Me incorporé y allí estaba de nuevo. En aquel campo de amapolas y en frente mía, ella. Sofía.

Me levanté y corrí hacia ella. Sofía hizo igual. La abracé y comencé a llorar como ese día en el hospital:

-Perdóname Sofía, por favor. Fui un imbécil. No tuve que decirte eso, ni apartar la vista de la carretera. Te maté Sofía. Por mi culpa, todo fue por mi culpa.- me tapó la boca con su mano:

-Shh, no digas eso. Yo ya estaba desahuciada hacía mucho tiempo. Tú me devolviste las ganas de vivir, Carlos. Me agarró de la mano y su mirada lo dijo todo. Me perdonó y por fin estaba en paz.

Mi felicidad era plena. Paseamos por aquel campo de amapolas infinito como adolescentes, otra vez. En aquel campo de amapolas del cual, nunca debimos salir.

Claudia Saquete (Alumna de 4º ESO ) con Marta Ampuero ( profesora de Lengua castellana y Literatura)