Revista EntreClases Mayo 2018 | Page 85

Miré a mi tío y luego clavé mis ojos en la cuadra. Allí estaba. Blanca y radiante, con el genio que caracteriza a esta raza. Entre para tocarla y mi tío dijo:-Te lo mereces muchacho, por toda tu ayuda en el negocio. Si vuelves antes de la hora de cenar, te dejaré montarla y probar cuanto corre.- abracé a mi tío, le di las gracias y salí corriendo hasta el coche. Ya eran las cinco.

Antes de salir, mi tío vino a verme al garaje y me dijo:

-Carlos, tened cuidado con el coche. Esos caminos no son de fiar y menos si llueve, y esto último lo presiento.

-Venga ya, Lolo. Si hace un sol radiante esta tarde.

-Bueno...- me dio una palmada en la espalda y me dijo- antes de que te vayas quiero enseñarte algo.

Me llevó hasta una de las cuadras que había junto al garaje. Me miró y sonrió. No daba crédito.

-Muchacho, la yegua pura raza Árabe que tanto querías.

Miré a mi tío y luego clavé mis ojos en la cuadra. Allí estaba. Blanca y radiante, con el genio que caracteriza a esta raza. Entre para tocarla y mi tío dijo:

-Te lo mereces muchacho, por toda tu ayuda en el negocio. Si vuelves antes de la hora de cenar, te dejaré montarla y probar cuanto corre.- abracé a mi tío, le di las gracias y salí corriendo hasta el coche. Ya eran las cinco.

Corrí todo lo que pude. No quería hacerla esperar. Al llegar al sitio acordado, llevaba el vestido rojo que le pedí que llevara. Estaba guapísima. Me disculpé por el retraso y le conté lo que Lolo me había regalado. Le conté todo, que quería ser jockey y esa sensación de ser libre cuando galopaba con ellos. Mientras, ella me miraba con asombro y dulzura.

En coche el camino era más corto, tardamos unos cuarenta y cinco minutos, pero cinco minutos antes de llegar al campo, le pedí que se vendara los ojos. Me miró con asombre. Debió pensar en el por qué de que le pidiera eso pero aceptó. Se vendó los ojos con el pañuelo de mi chaqueta.

Paré el coche en una cuneta que había al lado y le ayudé a bajar de él. La puse frente al campo y le susurré, mientras le quitaba el pañuelo de los ojos:

-No podía traerte, así que he pensado en traerte yo a ellas.- y la despojé de su ceguera temporal.

Su cara lo decía todo. Empezó a reír, correr, saltar por el campo. Se agachó para poder ver mejor las flores y comenzó a llorar. Me acerqué, la puse en pié y me dijo:

-Nadia había hecho nada tan bonito por mí.- dijo con la voz entrecortada y con lagrimas cayéndole por las mejillas-

Gracias Carlos, me has hecho la mujer más feliz de mundo en este momento.

-Todavía queda algo más...- me arrodillé frente a ella y pronuncié las palabras que jamás se debieron pronunciar entre nosotros- Sofía Santacruz, ¿quieres casarte conmigo?.- su alegría se tornó en desconcierto, tristeza y rabia-

¿Qué te pasa Sofía?,¿tan mal marido crees que puedo llegar a ser? Ya se que es muy precipitado, pero se que no voy a encontrar a nadie mejor.