Revista EntreClases Mayo 2018 | Page 68

Una de los múltiples privilegios de los que gozan los varones es el de librarse del pringoso catálogo de galanterías que padecen, sin posibilidad de elección, las mujeres. Me cuesta imaginar que me acostumbrara --por muy educado que estuviera para ello-- a la actitud condescendiente de tantos paternales machotes abriéndome puertas, cediéndome el paso, o acompañándome forzosamente a casa. No creo que sea simple cortesía o buena educación. Tampoco digo que no haya nada de eso. Pero lo que consideramos «buena educación» no es separable de las ideas y creencias que sustentan esa consideración. Los gestos de cortesía con la mujer responden a una determinada idea de lo que esta es: un ser débil y menor de edad al que tenemos que halagar y proteger, una suerte de posesión preciosa cuya integridad hemos de preservar.

Sobran ejemplos para confirmar lo dicho. Pocos varones cederían el paso o abrirían puertas a otros varones. O muy pocos de nosotros nos empeñaríamos en acompañar a un amigo a casa sin que percibiéramos causas objetivas de peligro (por muy poca capacidad o disposición a la autodefensa que tuviera nuestro amigo). Aquellos que tenemos hermanas conocemos de cerca la diferencia de trato. De adolescente, yo podía salir, viajar, o volver tarde a casa con mucha más facilidad que ellas. En mi familia se mantenía la creencia, como en casi todas, de que a las chicas hay que protegerlas más. No solo porque sean el «sexo débil», sino también por una cierta debilidad por el delito sexual. Cuando una chica es atacada lo primero que parece preocupar a todo el mundo es si ha habido «abusos» (y todo el mundo entiende este eufemismo). Esto es muy sintomático. Las mujeres, por lo visto, no solo son frágiles objetos que proteger, sino, más específicamente, frágiles objetos sexuales (cuyo «precinto de garantía» ha de permanecer intacto para que puedan seguir siendo valiosos).

Un caso especialmente molesto de todo el catálogo de galanuras es el del piropo. Hasta el punto de que en la legislación de algunos países está empezando a considerarse seriamente como un caso de violencia verbal y sexual, o incluso de acoso laboral (como refleja tímidamente la ley española).

Piropos