Revista EntreClases Febrero 2018 | Page 15

Con los nervios a flor de piel y la respiración contenida durante un par de segundos, me enfrenté a mi mayor miedo por entonces y a la vez, mi mayor ilusión. Esa lista online, ese todo o nada, ese cambio radical. Y sí, mi nombre estaba ahí, lloré, reí y sentí mil cosas distintas ese hermoso día.

Ese mismo día recibí un correo en el que me informaban de la zona de Canadá a la que iría a vivir, esa provincia se llama Nueva Escocia (Nova Scotia en inglés). Está situada en la costa este del país y por suerte para mí, es la zona más “cálida”, yo lo entiendo más bien por la zona en la que menos frío hace, porque creedme hace mucho frío.

Los días siguientes se pasaron muy rápidos, lo viví todo con muchísima ilusión. Esos siete meses que me quedaban hasta venir, se basaron en rellenar papeles, reuniones para los padres de todos los becarios, orientaciones en Madrid para nosotros (en las que nos prepararon psicológicamente para lo que se nos venía encima), y mucha gente nueva; gente de todas partes de España, muchas enhorabuenas y paradas por la calle para preguntar que cuándo te ibas. Las últimas compras, la maleta (una tediosa odisea) y una parte que hizo de esos meses algo agridulce, las despedidas, los “hasta luego” o “hasta dentro de 10 meses”.

Una vez dejadas atrás las duras y emotivas despedidas, cogí mi avión el 31 de agosto del pasado año. Iba con más becarios, esto hizo los vuelos algo más amenos. Llegué a Canadá con muchísimos nervios y miedos. ¿Cómo sería mi familia (aunque ya había hablado con ellos)?, ¿encajaré?, ¿me costará hacer amigos?, ¿y si nadie me entiende en inglés?, etc. Son ese par de minutos al bajarte del avión cuando todos los pensamientos inundan tu cabeza. Por fin toca cruzar esa temida puerta para encontrarte con tu familia de acogida, y sabes que tras ella quedará una persona que no será la misma que diez meses después volverá a coger otro avión, éste con el recorrido opuesto.

Porque esta experiencia te cambia la vida, no sólo la forma de pensar, pero la de ver las cosas, te hace apreciar cosas que eran tan rutinarias, que nunca te habías parado a pensar en ellas. Aprendes la importancia de los pequeños detalles, esos gestos como un abrazo o las simples palabras de “Buenos días” de tus padres… Dicen que uno valora las cosas cuando no las tiene, qué verdad.