El Uru Revista Nº 32 | Page 5

EL OTRO NIÑO Un hombre estaba parado en la puerta de la escuela en esa hora en que los niños salen y se van cantando, saltando, riendo. Las maestras también se van, se saludan, se prometen cosas para mañana. La ultima en retirarse se acerca y le pregunta. -Señor, usted espera a su niño? -Sí, a mi niño que se ha quedado en el aula. -Pero … ¿ cómo se llama, a qué clase concurre? -Su nombre es la bruma entre el ayer y el hoy, sus manos son aquellas que dibujaron con tiza una flor en el pizarrón, el que hacía avioncitos de papel. -Usted lo ha visto irse? -Irse, ahí debe estar sobre el tejado. -Señor, yo solo veo palomas. -Pero señorita, yo lo siento aletear -Dígame usted dónde? El hombre bajó la vista, recogió su pensamiento y entre lo que ahí veía y la confusión de la maestra se elevó como una nube polvorienta de tiempo. Ella con nerviosismo buscó rápidamente el camino de regreso a su hogar. Él la miró alejarse. ¿Qué era eso que envolvía aquel guardapolvo blanco? Ternura, nostalgia o es el simple vuelo de un ave. Parece que a la nube polvorienta la sacudió un remolino. Creyó escuchar voces que no entendió, salvo una, sí, la de un niño. “No me busques donde ya no estoy, no tengo patio para jugar, ya no hay Por Paulino Pereira banco en la escuela para mí, se cortó el piolín, el viento me llevó lejos la cometa y el trompo cansado dejó de bailar. No soy quien fuiste, no habito donde me dejaste, nada tengo que ver con la ceniza de tu pelo. Si hoy escuchas la campanilla llamando a formar la fila no corras con ellos, son otros los niños.” Un Señor apagó las luces, salió y cerró con llave, dio dos pasos y antes de calzarse el sombrero lo miró y le dirigió una leve sonrisa. - Señor Mario…! -No, caballero yo me llamo Roque, buenas tardes. Aquel hombre giró sobre su andar, volvió la mirada sobre el frente de la escuela y se detuvo observando el frondoso ibirapitá. Cerró los ojos, revolvió en su memoria y de repente apareció frágil, tierna, una ramita idéntica a la que un día junto con otras pequeñas manos él había plantado. Pag 5