LIGEROS DE EQUIPAJE
Y CARGADOS DE ILUSIÓN
Desde que éramos pequeños los alumnos de segundo de bachillerato nos servían de referencia y
nos trasmitían cierto respeto pensando que años
más tarde nosotros ocuparíamos su lugar. Pasábamos frente a sus clases asombrados de las cosas
tan complicadas que había apuntadas en sus pizarras y nos asustaba un poco tener que estudiar todo aquello tan difícil y desconocido. Pero también
sabíamos que realizaban un gran viaje, por lo que
nosotros deseábamos uno tan asombroso como
ese cuando fuéramos mayores.
Ya en segundo de bachillerato parecía increíble que
tuviéramos ante nosotros esa oportunidad que habíamos esperado durante tanto tiempo. Queríamos
vivir una experiencia parecida a otros viajes de estudios, pero a la vez muy diferente: era el último que
realizaríamos juntos, pero el primero como una
auténtica familia. La ilusión que teníamos era cada vez mayor y aunque el cansancio también lo
era, necesitábamos liberarnos de la presión que había estado sobre nosotros durante los meses anteriores.
Con las compras de última hora y algunos imprevistos, las mariposas en el estómago se hacían notar
cada vez más y los nervios por saber qué pasaría
finalmente después de tantos años de espera aumentaban. Pero la confianza, tanto en los profesores como en cada uno de nosotros, hacía que esos
nervios se convirtieran en ganas de vivir una de las
mejores experiencias de nuestras vidas. Una experiencia que además de permitirnos descubrir un
poco más de nosotros mismos, nos ha permitido descubrir nuevas amistades y reforzar las
que ya teníamos.
A lo largo de estos años, todos hemos buscado amigos verdaderos, amistades permanentes que, como dice Aristóteles, constituyen otro yo. Y este deseo surge rápidamente, pero la verdadera amistad,
no. Porque esta requiere compartir con otros la vida
propia, requiere honestidad y humildad, respeto,
solidaridad y, sobre todo, requiere humanidad.
En este viaje, breve pero intenso, hemos ido encontrando esas cualidades que nos han permitido, a su
vez, encontrarnos con nosotros mismos. He de reconocer que a lo largo de nuestras vidas más de
una vez hemos puesto por encima nuestra propia
felicidad en lugar de la del prójimo y hemos estado
más interesados en recibir que en dar.
42