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A NTONIO P INTO R ENEDO
Las letras B y V.
Otro cambio positivo sería eliminar la diferencia entre
la B y la V. En la expresión hablada no existen diferencias
entre ambas y, por lo tanto, tampoco tienen por qué ha-
berlas en la escrita. La verdadera unidad de medida para
plantear el lenguaje escrito debería ser imitar al lenguaje
hablado, porque si una persona se expresa con la debida
corrección no tiene sentido que luego tenga que escribir
sin ella. El origen de la confusión se debe a las palabras que
se encuentran antes y después de estas letras y que llevan a
pensar que, según el caso, se debe utilizar una u otra.
Las letras Y o I.
Otro ejemplo de lo absurdo es distinguir entre la Y
griega de la I latina. Parece que el objetivo de los lingüistas
era el de atormentar a los estudiantes mediante la creación
de disparatadas normas del lenguaje como la que dio lugar
a esta diferencia, puesto que lo lógico sería la existencia
de una sola versión de la letra I, ya que en la expresión ha-
blada así ocurre.
Las letras LL o Y.
Lo mismo ocurre con la diferencia entre la LL o la Y
para la expresión (ya), en este caso también, resulta una
diferenciación innecesaria decidir unas veces usar unas le-
tras y en otros otras para el mismo sonido.
Las letras K y Q o C.
Otro modo de complicar sin motivo el lenguaje es uti-
lizar estas letras de manera distinta para representar un
mismo sonido. Me parece frívolo por parte de quienes se
han puesto de acuerdo en alejar tanto la expresión hablada
de la escrita, porque, en un afán de notoriedad para sí, han
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