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A NTONIO P INTO R ENEDO doble filo y volverse contra el Estado al provocar la reduc- ción del consumo y, por tanto, más paro. Lo ideal sería ata- car el problema en su raíz, es decir, realizando los cambios económicos necesarios para crear empleo y que la economía sea más competitiva. También sería positivo repartir el tra- bajo existente entre todos, porque así, en lugar de existir millones de parados ociosos y desesperados, tendríamos una sociedad de pleno empleo en la que todos participarían en el crecimiento económico y no depender de él. En definitiva, podría decirse que el origen de la crisis económica en occidente está en una política subvencionaste que se ha llevado a cabo en los países que han desarrollado unos modelos democráticos falsos cuya línea de acción se ha caracterizado, desde principios del siglo XX, por una política de si alguien protesta se le da dinero público, si al- guien hace huelga se le da dinero público, con el único fin de asegurarse el voto, aunque esos costes al final los paguen los ciudadanos. El estado no puede dejarse someter por las huelgas salvajes, debe establecer unas reglas del juego que garanticen por ley el cumplimiento de los servicios esen- ciales. Un ejemplo de ello son aquellos países en que, por mucho que incrementen sus presupuestos de sanidad, el dinero acaba invirtiéndose en los sueldos de los médicos y no en los tratamientos, por no ser capaces de establecer unas leyes que regulen de manera justa el derecho de huelga y que eviten el chantaje de este y otros colectivos. Pero lo más paradójico de la crisis económica es que, si bien el detonante de la misma fue la especulación bancaria, fue a los partidos de izquierdas a los que más obligó a re- plantearse sus ideas, pues, ante todo, puso en evidencia lo 129