El Corán y el Termotanque | Sexto número Año 2, número 6 | Page 42

Un domingo puede ser que una sienta que la propia casa es el locus del aburrimiento y que los otros viajan en cambio a caballo de frecuencias maravillosas que circulan con todo su frenesí por autopistas que justo no pasan por el barrio. Y ahora que dije venas como diciendo callecitas recuerdo también a esa señora que un día lloraba porque le habían cortado el gas y se agarraba el brazo y lo sacudía como si no fuera parte de su cuerpo. Lo levantaba a la altura de la cabeza y lo soltaba lo levantaba y lo soltaba y el brazo caía siempre sin resistencia. Así es como dicen los pianistas que se toca el piano pero la señora no tenía piano ni gas para cocinar y hacía eso con el brazo y gritaba que se lo corten que se lo corten que van a ver que la sangre de todos es igual. Por el barrio pasa un solo colectivo –Tierrita le dicen– porque se ensucia todo (aún hoy, que casi no queda ni una miga de suelo sin asfalto) y que no lo pueden limpiar eso dicen que no hay manera de limpiarlo. Y Tierrita te deja en la estación pero tarda una eternidad porque no sale a la Avenida hasta no haberse piloteado de arriba abajo y de adentro a afuera todas las cochinas venas y venitas del arrabal que tanto lo salpican. Y no digo que Tierrita, la señora y yo vayamos a trascender en la historia ni que estemos para portada de aventura. Digo que a lo mejor esos que se van se van a buscar lo que no tienen y que a lo mejor nosotros un día de estos a la hora de la siesta digamos algo que no importe pero que sea cierto tipo de belleza no sé: Como que no quiere que te vayas como que tiene miedo de que te tomes el tren y no vuelvas y a él lo dejen todo sucio y vacío en un galpón oscuro donde haya otros colectivos todos limpios todos chetos (de esos que van para capital) que no sepan su nombre y entonces se rían de él. Por eso tarda, pienso yo. 40