El Corán y el Termotanque | Sexto número Año 2, número 6 | Page 30

levanto , me tambaleo , no puedo . No me ven , me pasan , de costado , del otro lado , me muevo un poco , me estudian , me preguntan , me levanto , me señalan el hospital : son cien metros , ¿ usted puede ?, ¿ camina ?, él puede , dejeló , ¿ camina ?, cuidado el auto , ¿ no ve ?, la bocina , son cien metros , ¿ podrá ?, dejeló , ¿ camina ?, él puede , ¿ lo acompaño ?, dejeló .
Me dejan , solo , y rengueo , al hospital .
Un recinto rectangular , unas sillas , en filas , en auditorio , tres puertas , al fondo , cerradas , nueve personas , sentadas , que esperan : y mi rodilla que gotea , apurada , y mi pantalón que absorbe , despacio , la mancha . Me siento en primera fila , de frente al televisor , a la cartelera , a las tres puertas , en el centro del recinto , entre paredes rectas , grises , a veces celestes , ajadas . Leo la cartelera , textual : No tire su hijo a la basura ; dar en adopción es un acto de amor . Miro las fotos : un recién nacido , desnudo , bastante sucio , en el basural , una raya negra , gruesa , y otro recién nacido , al otro lado de la raya , arropado , lavado , en brazos de alguien que no se ve . El televisor escupe imágenes , como estertores inaudibles , que saltan , se mueven , parpadean , no dicen . Clavo la vista en las puertas : son tres , cerradas . Dos minutos , cinco , diez . Leo el cartel , por enésima vez . Veinte minutos , veinticinco , cuarenta . Son tres puertas , cerradas , y treinta personas , sentadas , mirándolas , acaso preguntándose si detrás de las puertas hay algo , o alguien . Una hora , un suspiro ; la pierna rígida , el pantalón roto , pegado a la piel , y una mancha reseca , menos roja , más negra . Una hora y diez , y doce , y veinte : se abre la puerta del medio , y la de al lado y la tercera . Las puertas toman ritmo , se abren , se cierran , en vaivén ; las personas se mueven , caminan , se van . Me llaman : me levanto , de a poco , arrastro la pierna , me atienden , me rompen el pantalón , me despiertan la sangre , que chorrea , me desinfectan , me cosen . Salgo a la calle , el pantalón rasgado , los mocasines cansados , golpeo el asfalto que refracta el sol de las dos . Rengueo , despacio , la vereda angosta , la baldosa rota , la señora de las compras , el señor del perro , evito el pozo , la raíz del árbol , el dolor ; me agarro fuerte , de los mármoles , de lo que puedo , y miro el piso , porque un poco me avergüenza mi imagen , sin una pierna de mi pantalón , y esas manchas sobre mis mocasines nuevos , ahora gastados , de gamuza sucia . Llego , con esfuerzo , cien metros , a la farmacia .
Un recinto cuadrangular , un mostrador , unas rejas blancas , tres mujeres arrugadas , caminan , se entreveran , se chocan , detrás del mostrador . Doce personas , amansadas , de pie , abrigadas , esperan , de este lado del mostrador : ¿ obra social ?, no cubrimos , siguiente , ¿ la receta ?, aguarde , siguiente , ¿ obra social ?, aguarde , ¿ su carné ?, está en falta , aguarde , el mes que viene , siguiente , ¿ obra social ?, no cubrimos , siguiente , aguarde . Un poco me atonto y espero , receta en mano , siguiente , me dan el calmante , el antibiótico , son noventa y seis pesos , con el descuento , cincuenta y ocho , pago , y salgo al frío , que se afianza , fuerte , a mi pierna desnuda , me congela , me despierta un poco , mientras camino , rengueando , a la parada del colectivo : son cien metros , ya falta menos . El treinta y nueve arremete , frena donde puede , la fila sube , obediente , de a uno , y entro yo , despacio ; me agarro , subo la pierna , en dos tramos , rebusco las monedas y las tiro , de a una , en la máquina : corriéndose al fondo , mira el chofer , la masa , por el espejo ; recibo el boleto , me corro al fondo , me ceden un asiento , un joven despierto , le agradezco , y rechazo la oferta , porque de todos modos , la pierna no dobla , está rígida , en vertical . Traquetea el camino , bambolea el pasaje , a conciencia , el chofer . Me bajo , son cien metros , para llegar a casa , solo , y reposar la pierna , con hielo .
Un colchón blando , unas sábanas desteñidas , una almohada anémica que le presto a mi pie , y mi cabeza queda huérfana , sobre el respaldo duro , de madera , que se recorta contra la pared que la humedad descascara . Los hielos se derriten , despacio , en la bolsa de goma , que me aplasta la herida , que sangra , pero me aplaca el dolor . Miro el techo que irradia , ahora , una incomodidad persistente , que quiero mitigar . El interruptor quedó lejos , me resigno , desde la cama . La luz se empecina , me enceguece , entorpece la sangre , que transita , como torrente , por el circuito venoso , que se inflama y quiere estallar . Me acuerdo , de repente , que no cobré la jubilación . Era el último día . Tendré que tramitar la supervivencia , mañana , o pasado . Y mi boca , hasta ahora muda , dispara contra el techo blanco una puteada enérgica que a nadie le llega pero que me calma como a un niño desnudo en el segundo ingrávido que vuelve imperceptible la luz que me encandila
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