El Corán y el Termotanque | Sexto número Año 2, número 6 | Page 3

Editorial: la kermés La realidad se exige hasta límites insospechados. Es irreal. Las octavas maravillas no paran de nacer y tienen formas espantosas y devastadoras. Es tiempo de agotar temporali- dades: ahí puede que sirva de algo la literatura. Supongamos que las letras son cuerpos. Podemos pensar, entonces, que se pueden imaginar arquitecturas que rompan poses, sen- tidos, perspectivas, imágenes. Vitalidades que se trasladen en páginas escritas, como un hermoso sueño de lo posible desde el centro mismo de lo imposible. Esa monstruosidad se nos presenta en territorios con escenarios distribuidos, stands instalados con todas las gracias del vendedor, una gran tómbola que reparte premios y castigos, un peluche de regalo por acertar en el blanco, un banderín, una remera, un ramo de ramas secas, artículos varios de decoración innecesaria. Qué modestos somos cuando nos ponemos melancólicos, casi como si no estuviéramos al tanto de toda la angustia que nos lleva a esa kermés. Por lo tanto, no es desubicado que pensemos en máqui- nas litúrgicas: ser capaces de inventar figuras que nos pue- blen el cuerpo. Vivir de otra manera, entonces, también escribir e ilustrar. Imaginar otras, en definitiva. Volúmenes, ondulaciones, tensiones y vibraciones de nosotros mismos que se nos deshacen, o mejor, se rehacen en palabras escritas, en contornos dibujados, una superposición de ilusiones que pueden ser tan irreales como lo real mismo. Por algo de eso, una revista es una coreografía en conjunto. Unida al tacto del papel, pero con la evaporación del sueño como soporte. Realismos e irrealismo, cualquier alternativa escolarizante, dadora de sentidos organizadores, pierde su vigencia. No nos sirve para nada pensar programáticamente: tenemos que hacer sobre lo deshecho, desechar lo que no fue echado. El arte construye el ánimo de una ciudad. Es, en cierta medida, un laberinto de espejos. Límites sin fin, insomnes, de mera multiplicación e imitación. ¿Cómo alcanzamos, justamente en ese instante, una cosa que nos avive la memo- ria? Si tenemos lo irreductible, quiere decir que caímos sen- tenciados por lo intangible. Otra vez eso de los reflejos, los espacios fraguados, la no continuidad que nos hastía. Escri- bir, en tanto, es dibujar; uno y lo otro se hacen reversibles. Modalidades del hacer concreto, sentir algo, moverse. Des- perezar el ánimo de esa ciudad que se aburre de sí misma y se lastima, se hiere, se asesina. Los observadores son obser- vados: el tiempo histórico se interrumpe. ¿Pero de qué puede servirnos si lo hacemos solos? Si la kermese se supone estructurada a partir de la lógica del intercambio comercial, creemos necesario reinventarla con la fuerza festiva del carnaval. Encuentro sin malversaciones, deseo de juntarse y producir, posibilidades infinitas que se desdoblan de sí, que salen de una intimidad para recono- cerse en el todo. Es demasiado arriesgado: hay que pagar entrada, hacer largas colas esperando en cada atracción, apurarse a ganar para ser el que junte más tickets, obtener el mejor capital de cambio. Tanta cantidad de talonario, tantos objetos a disposición. El fin de semana o feriado, el tiempo libre, disuelto en los fervores del consumo: las ker- meses se parecen a los shoppings o a los supermercados, pero con técnicas y ritmos mejorados. Con la ficción, tan verdadera, pueden producirse expansividades: existe lo que se puede narrar. Las fascinaciones –aún sus bordes y condiciones– están ahí para subvertirse. La verdad como una mentira maestra, una fabulación sin fronteras. La pregnancia, lo que nos envuelve, puede ser un punto ciego: desde ahí visualizamos. Recorrer cada uno de los ofrecimientos de ese enorme par- que, visitar los puestos, jugar los juegos, desentenderse de sus tiempos, de ganar o perder, hacer una simple recorrida de figuras. En eso puede que terminemos logrando con- formar el círculo mágico, donde no hay prebendas ni tran- sacciones, donde no hay siquiera kermese ni carnaval, sino pura euforia creadora, fuerza común que se hace, llegado el caso, revista. O por lo menos lo intenta y, a lo sumo, es una superposición de nerviosidades que activan o pasivizan. Los soñadores sueñan paredones de fusilamientos, cárce- les inviolables, estafas perfectas, picanas de larga distancia, centros de control, agencias de vigilancia, muerte gratuita, todo un espectáculo de deseos reprimidos, racionalidad que ilumina mal vidas sin peso propio. Esos grandes festivales de deseos e imaginarios están a nuestro alcance: se pueden desmontar los escenarios, encontrar y tirar abajo los sostenes del montaje, arruinar el espectáculo. Pero también es necesario hacer alguno nuevo. Pongamos por caso que lo real es lo inenarrable, porque no es operativo, lo que sucede pero no se puede advertir de modo consciente. Entonces, dejemos de confiar tanto en la consciencia. Si algo define a la kermés, es esa monstruosi- dad: pedazos, zurcidos, emparches, faltas de armonías, caos lúdico. Una pequeña gran cultura que amasa. ¿Dónde están los panaderos?