El Corán y el Termotanque | Sexto número Año 2, número 6 | Page 25

TA En la habitación el hijo mayor abre los ojos: —¿Estás despierto?—, le susurra al hermano menor. —No. —Tonto. —Vos más. ¿Qué querés? —¿La viste a mamá cuando entró? —No, estaba dormido denserio. —Tiene la panza hinchada. —¿Y qué? —¿No entendés? —No. —Que me parece que tiene otro hermanito. —No puede ser. —¿Por? —Porque me dijo que yo siempre iba a ser el más chi- quito. —Te mintió, bobo. —Mamá no miente. —Todos mienten. —Mamá no. —Mamá también y tiene un hermanito, vas a ver. Ahora dormite si podés. —¡Malo! La madre cambia la quietud del patio por la de su dor- mitorio. Se acuesta en el medio de la cama para achicar la ausencia pero el cuerpo enseguida busca lo que tiene su forma. 7.15 suena el despertador. Prepara el desayuno. Despierta a las criaturas. Beben leche con miel y pan con manteca. Los deja en la colonia municipal y se va a traba- jar. Pasa la jornada sin penas ni glorias ni olvidos. Regresa a casa. Prepara el almuerzo: pescado, para recordar a papá que pronto estará volviendo. Hay un trozo de dorado sobre la mesada, hermoso, más brillante que las frentes de los niños. No puede dejar de pensar en él pegándole el palazo seco. «Casi siempre es certero pero alguna vez puede fallar», dice siempre Antonio. Piensa en la vez que falla y el pez queda tremendamente dolorido, agonizante pero no muerto y sin saber esperar el golpe fatal. El dorado ahora está en una bandeja. Aimeé corta un limón y después otro. Los exprime sobre la carne de pescado y sobre sus manos para que no se le impregne tanto el olor a río. Después deja correr el agua sobre ellas. El agua se va, los restos de limón también, el río no, se queda en las palmas con la intensidad de una tortura. Por la tarde hay que entretener a los niños. El calor no cede. No queda más que dejar correr el agua otra vez. Una 23