El Corán y el Termotanque | Segundo número | Page 3

Editorial: Creando desde la miseria ¿Hay creación en la miseria? Con la miseria se pueden hacer varias cosas: unos arbolitos de adornos, una pila que funcione como mesa, una lámpara reciclable o un producto químico para envenenar hasta el exterminio a alguna especie. Crear es un acto miserable: nos ponemos a crear porque nos encontramos, de repente, hartos de todo lo que hay. Necesitamos algo nuevo. El fundamento de esa necesidad es motivo de grandes discusiones, hasta casi ha forjado una larga tradición de filos y contrafilos. Pero ¿qué hacemos preocupados por crear en medio de la miseria? Puede que sea un rescate, una toma de aire fresco, tibio o caliente y doloroso, pero que incita a otro lugar, llama susurrante desde otro espacio, en esta misma realidad, pero con otras pulsaciones. Una advertencia, un llamado de advertencia, quizás. Más vale un rumor, una tentación que encuentra en el barro una arcilla. Nosotros somos incapaces de definirlo, por eso confiamos en la creación del arte. La falta de recursos, la mendicación suplicante por unos pesos que permitan alcanzar el costo de las hojas, son sólo algunas de las formas de miseria que nos competen. Vender una revista para poder hacer una nueva, es algo, en el fondo, miserable. Hacer una revista, acto miserable. Escribir estas líneas miserables es otro. Creer en que acá hay algo creado, el peor de todos. Cualquiera de nosotros notó la miseria un día cualquiera, y sintiéndose un miserable acompañó esa angustia con una ceremonia desexorcizante. Todos habitamos la miseria, por lo tanto, todos debimos aprender a conjurarla. Y hasta a reclamarla, porque el gusto a miseria se nos hizo costumbre en la boca. Tragar miseria para digerir otra cosa, algo nuevo. Es emocionante, entonces, porque la miseria casi que nos redime un poco. Los miserables siempre estuvieron a un costado o no fueron más que salpicaduras. La miseria, sin embargo, mora por debajo, como un lago de tinieblas subterráneo. La metáfora es fácil, porque somos miserables hablando de miseria: qué otra cosa se puede esperar. Lo sospechamos, no podemos hacernos los distraídos. La miseria a veces se olvida, sin embargo, late. Oímos miseria cuando nos oímos y no podemos descifrar qué es lo que decimos; hacemos miseria cuando nos vamos haciendo, eligiendo las partes que compondrán cada uno de nuestros actos. De miseria somos y hacia la miseria vamos. Creamos miseria, entonces, fanáticamente. Hordas alborotadas de fabricantes de miserias que pasean por las calles, se emborrachan en bares, llenan tribunas, hacen delegaciones, inventan argumentos hermosos, frases conmemorativas, ediciones de alta calidad, productos de garantía asegurada; se cultivan en universidades, se desloman en trabajos repetitivos, se apacientan, se aclimatan, conviven con la miseria que se gesta a cada paso y que comemos y bebemos, y hacemos al horno con buenas guarniciones para algunas fechas distinguidas y la homenajeamos brindando, y hasta una vez cada tanto se le recita alguna oración. La odiamos por inventarla, la tenemos demasia