El Corán y el Termotanque | Segundo número | Page 15

expresándose a pesar de los tormentos sistemáticos que se le aplicaron, decidido a no morir. La estética de la fealdad Los pobres son fuerza de trabajo bruta, inservible: roban, y su robo atenta contra la propiedad privada, sostén del modo de producción; su transgresión a las normas implica un costo para la productividad, a diferencia de otras formas de robo legitimadas, precisamente, en su aporte sumatorio a la producción. Son negros (espacios vitales obscurecidos) que pertenecen a otra cultura, son lo otro, que necesita ser abordado desde la tecnología de dominio de la civilización urbana/portuaria. Su disyuntiva es clara: explotación laboral o cárcel. Su humanidad recibe reconocimiento en tanto y en cuanto se reinserten en el marco de condiciones necesarias y compren lo que deban comprar. La voz poética de Cesar González es la que inaugura una nueva estética de la fealdad: la manifestación creativa de las consecuencias que el sistema capitalista, con su consumo despiadado y su reparto de categorías y jerarquías, permisos y licencias, fue engendrando en su propio seno, amontonándolo en agujeros de podredumbre y degradación. La fantasía de la universalidad democrática, el paraíso del mercado (donde quien desea, consigue) se derrumban ante la atroz realidad de la palabra viviente. Si la posesión de bienes modula el tono y el volumen, es incomprensible que uno de los que no tiene nada (ni siquiera identidad, vuelto un número de un penal) conserve todavía un hilo de su voz. Si la literatura fue despojada de las clases populares, exiliada a círculos de elite a donde no llegan las masas trabajadoras, ¿cómo es posible que alguien escriba desde el último escalón, incluso por debajo de aquellos que tienen sólo el sonido de su fuerza trabajando? ¿Cómo se crea desde esa nada? ¿De dónde surgen esos que reclaman el derecho al arte que les han quitado? ¿Quién puede explicar semejante malestar? Es una voz que surge ante el poder de la institución, que aporta sus asistentes y educadores para reencauzar esos seres que, por causa del crimen y el delito, perdieron lo que los liga a la condición humana. Una voz poética que nace desde el último rincón donde se suponen ahogadas todas las voces. Los presos no tienen palabras, sólo brutalidad, y ahora uno de ellos habla y escribe poesía. No sólo denuncia, inventa belleza en su creación desde la miseria. El saber de los profesionales que visitan las cárceles procurando acompañamiento y «reinserción» puesto en crisis ante la emergencia de un fenómeno incontenible: la rebelión de la poesía. Un preso que se dice a sí mismo: ¿cómo después de haberse curtido entre tanta violencia todavía puede hablar? ¿De dónde sale esa creación? ¿Acaso no le habían arrancado toda la virtud? El arte, entonces, queda entendido como ese gesto de resistencia, como esa expresión incontenible de la vida rodeada de muerte, no reconoce fronteras ni criterios rigurosos para su manifestación: estalla como el impulso vital que lo lleva. Y destapa una contradicción en el arte formalizado-institucionalizado, y desarticula, sobretodo, la solidez de las bibliotecas configuradas búnker búnker búnker los pibes no saben decir nada más que búnker te parás en la esquina є