El Corán y el Termotanque | Quinto número Año 2, número 5 | Page 37

cuestiones sensibles, fundamentales. Sin embargo, algunas radios, desafiando el peligro de quedar fuera de la pauta oficial, levantaron las noticias de que tipos encapuchados y con uniformes militares andaban azotando a las pibas que se paseaban en minifalda o disolviendo las reuniones de muchachotes que se juntaban a fumar unos porritos, y se despertó de pronto un clima de incredulidad y descon- cierto entre la audiencia. ¡Qué! ¿Eso estaban haciendo los muy desagradecidos? ¿Cómo? ¿Estaban molestando a la gente del centro? Algunos, se lanzaron a llamar y salir al aire diciendo que era absurdo, que en los barrios había colom- bianos y mexicanos trabajando como sicarios o en el comer- cio de estupefacientes, pero jamás los había molestado un turco… como Onur, agregaban las señoras que seguían la novela y confundían a los árabes con los turcos, a los sunitas con los chiítas y a los de isis con los galanes de la tele. Cosa comprensible, por cierto, porque el ojo occidental y cris- tiano usa un tamiz grueso con todo lo diferente. Pero, para refutarlos, también se multiplicaban las voces de los vecinos afectados denunciando que sí, que cómo no, que ya eran muchos los que habían sufrido algún altercado o tiquis- miquis con los fanáticos islamitas de la cortada Barón de Mauá y las manzanas cercanas. A éste le habían arrancado la cadenita con el crucifijo, a aquel le habían dado un culatazo en las costillas por fisgonear a las mujeres de las carpas, a esa docente jubilada le habían cubierto la jeta maquillada con una burka que olía a sudor y a caspa. En fin, pequeñas tropelías comprensibles para un ejército ocioso. Que estos hechos tomaran estado público avivó las inteligencias de todo el espectro económicamente activo del ejido que, de inmediato, se abalanzó a buscar modos de aprovechar tanta mano de obra calificada. Al poco tiempo, la gran mayoría de las fuerzas vivas de la región hallaron canales beneficiosos para interactuar con isis. Sindicalistas y políticos los contrataban como guar- daespaldas o matones; los narcos y las pandillas les com- praban armas y municiones; los empresarios los ponían a controlar el trabajo de sus obreros que, desde entonces, dejaron de haraganear y de silbar pibas pulposas por temor a las sanciones a base de latigazos y coranazos. Y los poli- cías, claro, con la aprobación de los jueces, chochos de la vida, acordaron su porcentaje en el 20% de las utilidades. El conflicto, sin embargo, continuaba con los vecinos de a pie, esos parias que no se adaptaban a la convivencia, ni habían generado vínculos provechosos y, obstinados y quejosos, se consideraban víctimas de la rigidez y el extremismo de estos inmigrantes. Como si sus abuelos o bisabuelos no hubie- ran venido también de sitios lejanos del orbe y se hubieran construido un destino en tierras ajenas y hostiles. Y, ahora, le negaban la oportunidad a estos hombres y mujeres que, huyendo de la opresión de una dictadura y del flagelo de la guerra civil, gracias a la generosidad del municipio y sus funcionarios, se establecían en este vergel de libertad, bici- sendas y colectivos con aire acondicionado. Ese egoísmo intrínseco de los contribuyentes, y sus per- sistentes protestas en las cartas de lectores, encendió una luz de preocupación en el palacio de gobierno. Las perso- nas que se quejaban eran votos y muchos, porque se sabe que en el centro o casco urbano proliferan los edificios y allí viven casi todos adultos documentados y con gran concien- cia ciudadana, al punto de que cerca del 80% de ellos con- curre a sufragar hasta si deben hacerlo cinco veces seguidas en el mismo año. Menudo peligro de cara a las elecciones que, aunque no se quiera, siempre falta un día menos para que se celebren, en un clima de fiesta de la democracia. Fue un Secretario lúcido, uno de esos que cada tanto justifica su sueldo y tener a sus hermanos, cuñados, primos, tíos, sue- gros, sobrinos e hijos en la planta de empleados de la Muni- cipalidad, quien descubrió la solución que traería calma a la agitación reinante. La idea no era original, pero ya se sabe que en este mundo todo está inventado y la clave es aplicar la máxima que reza: si no puedes con ellos, cámbialos de lugar. Entonces, como ya se había practicado con las casas de citas y los locales de sustancias prohibidas, se negoció con los líderes de isis para ofrecerles un asentamiento más acorde a sus necesidades y al crecimiento demográfico de su pueblo porque, ya lo habrán visto en las películas, los guerrilleros árabes son siempre un enjambre. Accedieron. Hubo que darles subsidios, materiales de construcción, pases libres para el transporte y la promesa de erigir una mezquita en el predio donde alguna vez se proyectó levan- tar el Puerto de la Música. Así partieron hacia allá, rumbo a Uriburu al fondo, bien en la periferia donde los problemas pueden reproducirse sin generar tant