EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN - DITRICH ECKART EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN - DITRICH ECKART | Page 48

«¡Desierto ruso» –gritó Hitler- «es lo que figura en el profético mapa (149) que los judíos editaron hace ya veinticinco años! En él se encuentra todo, tal como lo tenemos en la actualidad: los franceses en el Rin; la República checa, la República polaca; el Reich alemán, no como República alemana, sino como repúblicas alemanas: hasta la República finlandesa se encuentra en él; ¡y para Rusia una mancha marrón con la inscripción: Desierto ruso! ¡Por el amor de Dios, y todavía se pregunta quién es el causante de la guerra! Sabes, he visto en persona el mapa original, con mis propios ojos. ¡Si pudiera enseñárselo a nuestros trabajadores, a todos y cada uno de ellos, pero especialmente a todos y cada uno de aquellos que esperan que la salvación venga de los soviets! ¡Desierto ruso, ése es el aspecto que tiene el paraíso prometido! Hambre, fosas comunes, esclavitud, el látigo judío. Al que se pone en huelga lo cuelgan de un poste por las buenas. ¡Humillados y ofendidos del mundo, vayan ocupando sus localidades! ¡Qué voz tan meliflua saben poner esos perros! ¡Y lo atrayente que suena, antes de descorrer el telón! Pero tras él aguarda ansiosamente al acecho la endiosada chusma del pueblo, el Ejército Rojo, la escoria de la humanidad gentil». «El atentado a Lenin» –repuse- «costó la vida a más de 12.000 personas. De ellos unos 800 eran trabajadores. El propio menchevique Martoff reconoció este extremo durante el día del Partido celebrado por los independientes en Halle en 1920. Los entendidos cifran el número total de víctimas rusas desde el comienzo del dominio bolchevique en aproximadamente 30 millones. Aquellos que no fueron ejecutados sumarísimamente se fueron al infierno famélicos y consumidos del todo, y a causa de epidemias y penalidades sin fin. ¿Eran todos ellos burgueses? Sería un absurdo sostenerlo. ¿Pues quiénes son las más expuestos a las penalidades, como vemos entre nosotros? Difícilmente abundarán los capitalistas entre los miles y miles de pobrecitos que se pasan las horas del día haciendo cola ante las tiendas; y está más claro que el agua que ni un sólo judío se ha encontrado entre ellos. Pero esto no resulta chocante a nuestros trabajadores. Llevados por la jactancia de creerse los amos les toman el pelo como a auténticas criaturas. Ebert se ha pasado la vida tronando contra el capitalismo; ahora es Presidente del Reich. ¿Con qué resultado? Los bancos proliferan como hongos en cada esquina. Esto es un hecho irrefutable. Cualquiera puede verlo por sí mismo, tocarlo con sus propios dedos. Pero ni aún a tiros se volverá tan sólo uno de ellos desconfiado por esta causa. Lo primero que hizo el judío Eisner tras los alborotos revolucionarios fue proteger los bancos con destacamentos militares. Durante ese periodo fueron evadidas inmensas fortunas al extranjero; no movió ni un dedo al respecto. Para él era más importante viajar a Suiza y afirmar tajantemente en el seno del congreso socialista la exclusiva culpabilidad de Alemania en el estallido de la guerra. Haced acto de contrición, y los franceses os exculparán de corazón, venía a decir poco más o menos. La experiencia nos lo ha demostrado triunfalmente». «El mismo Eisner» –dijo Hitler aprobando con la cabeza- «que al comienzo de la guerra envió un torrente de telegramas al resto de principales dirigentes socialdemócratas, conminándolos encarecidamente a permanecer fieles al Káiser, argumentando que había que evitar a toda costa un fatídico colapso en la retaguardia. La cosa siguió así hasta la paz de Brest-Litovsk. La totalidad de los judíos alemanes había sido hasta ese momento fervientemente promonárquica; pero entonces llegó el bandazo. El semita negroide ya había 46