EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN - DITRICH ECKART EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN - DITRICH ECKART | Page 36

«Sólo que» –le interrumpí- «ni durante un solo instante podría haberlo hecho de forma tan cándida. Si Lutero hubiera sido un coetáneo de Erzberger, no hubiera tenido necesidad previa de aclararse ******respecto del propósito del dinero negro judío para llegar a ver claro en lo tocante al judaísmo. Ya siendo estudiante se hubiera lanzado de lleno asimismo en la lucha contra los engendros del demonio». «Por Dios» –dijo Hitler retomando el asunto sin más-, «no se le puede hacer el menor reproche, los cuatrocientos años transcurridos son un buen espacio de tiempo. Pero no se debe olvidar una cosa: en aquella época el instinto popular estaba más alerta que en el presente. La desconfianza contra los judíos abarcaba a todos los estratos. La sostenida predilección de Lutero - un hombre del pueblo, de origen humilde- por los judíos, no dice nada bueno de él (no habla en su favor); si bien hay que tomar en cuenta que sus años de clausura le provocarían una cierta impericia en los asuntos mundanos. Parece que en aquel momento se volvió a cumplir en su caso lo que ocurre en todas ocasiones: que el exceso de estudio quema la vista». «A pesar de ello, Lutero fue un gran hombre, un gigante. De una sacudida, deshizo la penumbra; vio al judío como nosotros sólo ahora comenzamos a verlo. Si bien por desgracia demasiado tarde, y cuando lo hizo, tampoco allí donde provoca los efectos más dañinos: en el Cristianismo. ¡Dios, si lo hubiera visto ahí, si lo hubiera visto ahí en su juventud! ¡No hubiera atacado al Catolicismo, sino al judío infiltrado! En lugar de reprobar de plano a la Iglesia, hubiera dejado caer toda su apasionada cólera sobre los auténticos “oscurantistas”. En lugar de glorificar el Antiguo Testamento, lo hubiera estigmatizado en calidad de arsenal del Anticristo. Y el judío, el judío hubiera quedado ahí, en toda su abominable desnudez, para eterna advertencia. Hubiera tenido que salir de la Iglesia, de la sociedad, de los salones de los príncipes, de las fortalezas de los caballeros, de las casas de los vecinos. Pues Lutero tenía la fuerza, y el valor, y la arrebatadora voluntad; nunca se hubiera producido el cisma de la Iglesia, ni la guerra que por designio de los hebreos hizo fluir la sangre aria en manantiales durante treinta años». «¡Y tampoco» –continué la interrupción- «se hubiese llegado al presente hecho de que un representante de la dictadura judaica de Rusia, manchada de sangre, le de un complaciente apretón de manos a un alto dignatario católico (113) !» «¡Esto daría para escribir tomos, cronicones enteros!» –exclamó Hitler. «A quien no alcance a ver ya con esto, no hay quien le abra los ojos ya en toda la vida. ¿Que Roma debería andarse con diplomacias? ¡Anda y que os den morcilla! “Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’: Que lo que pasa de aquí viene del Maligno” (N. del T.: Evangelio San Mateo, 5, 38). ¡Fuera con el diálogo, como hizo Gregorio VII, como los Padres de la Iglesia Crisóstomo (114) y Tomás de Aquino, tal como sostuvieron todos los auténticos cristianos de gran calibre! ¿Que Roma debería contemporizar, repartir equitativamente la culpa? ¿Si empezara así, seguiría sabiendo siquiera al final ni donde se halla encovada ésta? ¡Cualquier Jacob de tres al cuarto que cojas de los del circo ambulante de Auer * sí que lo sabe! ¡Vaya si lo sabe!» * (N. del T.: Se refiere al entonces presidente de la Socialdemocracia alemana Erhardt Auer) 34