EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN - DITRICH ECKART EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN - DITRICH ECKART | Page 29

del cálculo contempla satisfecho, en el presente, los saldos ya compensados en el curso de milenios enteros, contempla todo aquello que, ya desde los tiempos de Abraham, ha logrado a costa nuestra y en desmedro nuestro. Sin embargo, sigue enclavado en la misma actitud espiritual que en aquella época – a despecho de que su conducta exterior parezca otra; Hoy como entonces, sigue sin poder salir de la prisión interior que él mismo se ha forjado, hoy como entonces, sigue dependiendo de un poder ciego, de una chusma del pueblo reclutada desde todas las clases sociales, sin tener jamás ni por un instante la menor seguridad respecto a si su dominio no se le irá de las manos. Hoy como entonces, debe maquinar intriga tras intriga, debe mentir y falsificar para sostenerse arriba. Y lo que ya una vez aconteció en Egipto, la lucha contra sus hordas bolcheviques, sigue desarrollándose aún hoy, en el ínterin no ha habido sino treguas aparentes. ¿El momento en que se decantará la decisión? Queda bien poco: a la cuenta de tres». «Hitler se acaricia la frente de forma meditativa. Lástima» –reflexioné- «que no se puedan exponer tales extremos en reuniones públicas. Hay muchos que albergan sentimientos semejantes, pero pocos que puedan plantear el asunto con absoluto rigor. Todavía no ha llegado la hora». «En lo que has referido antes bullen esas homologías entre acontecimientos pasados y presentes» –dije yo- «que hacen las delicias del bueno de Oswald Spengler (90) , que piensa que aplicando remiendo a la mayor cantidad de harapos posibles resultará de ello la túnica viviente de la divinidad. Y esa forma que tiene de manejar cosas traídas por los pelos, bajo el lema: “O encajas en el conjunto o quedas suprimida”. Ello constituye una semejante apoteosis del chanchullo intelectual a toda costa, una tal omnipresente vanidad, que acaba sonsacándole a uno los nervios. Considero que es judío. Ya sólo el hecho de la inmensa campaña publicitaria montada en favor de su libro avala esa tesis». «El pedazo de farsante» –replica Hitler- «consigue llegar a escribir más de 600 páginas sin dedicar ni siquiera una sílaba a la cuestión judía. No hace falta añadir más». «Lo mismo que Thomas Mann» –dije manifestando mi acuerdo- «en su ladrillo “Consideraciones políticas de un apolítico”. “¿Los judíos? Uf, vaya por Dios, mira por donde, se me había pasado del todo... Total, en definitiva, para el papel que desempeñan... Es que no merece ni la pena”». «¿Sabes quien procede de forma semejante?» –dijo Hitler de forma escueta- «Pablo, también llamado Saulo, también llamado Esaúl. Aquí y allá algún conato de esfuerzo, alguna palabra ofensiva que otra sobre aquellos que están circuncidados, eso es todo. Ni pío sobre lo más importante, sobre la piadosa falta de escrúpulos de los judíos, sobre su Jehová macerado en la hipocresía, sobre las supersticiones talmúdicas. Si hay alguien al que se le vea el juego, es a él. Sabe como nadie que si hay un pueblo en el mundo necesitado de una auténtica tutela espiritual es el judío. ¡No vayas en pos de los gentiles, ve en pos de las ovejas perdidas de Israel!, ordena también Cristo. Le resbala. Va en pos de los griegos, de los romanos, llevándoles su Cristianismo particular; de tal naturaleza, que hace que el Imperio Romano pique en el anzuelo. ¡Todos los hombres son iguales! ¡Fraternidad! ¡Pacifismo! ¡Basta de privilegios! Y el judío triunfó». «Tengo siempre en mente» –digo tirando del hilo- «al ínclito Sr. Levine, cuando, en un efusivo rapto extático de orgullo, soltó en el Berliner 27