EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN - DITRICH ECKART EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN - DITRICH ECKART | Page 28

«Aquí mismo en Munich, Kurt Eisner» –certifico yo por experiencia propia- «negaba con uñas y dientes llamarse Salomon Kosmaovski. Y sin embargo ése era su verdadero nombre». «Da que pensar que Esaúl» –prosigue Hitler- «escogiese primero el nombre de resonancias romanas Saulo, para cambiarlo luego por el de Pablo. Y más aún el que en un comienzo persiguiera a la apenas incipiente comunidad cristiana con una saña única en su género. No sé qué pensar, ¿pero no es ya el colmo del milagro que los genocidas se convierta en santos? A decir verdad, el judío Weininger conjetura que el mismo Cristo era originalmente un robaperas (86) ; pero bien sabe Dios que aunque un judío pueda repetir algo semejante ya sea cien veces, no se sigue necesariamente que ello sea verdad. ¡Creo que podría –sólo podría, claro- haber Consejeros supervisores católicos en el Deutsche Bank (87) que no opinaran igual, y no quisiera pisarles el terreno en lo tocante a los designios de la Providencia!». «No le comas el terreno a nadie, deja que los notables metan baza primero» –digo yo citando al olvidado poeta Franz Xaver Müller (88) -, «que ellos saben servir mejor que los mindundis como nosotros». «En un momento como éste en que todo se hunde» –observó Hitler secamente- «no queda ni rastro de un espíritu de renuncia semejante. Resulta lastimosa la ingente magnitud de mangoneos que se verifican aquí de un tiempo a esta parte. Sí, lo que son el sastre y el fabricante de guantes, en tanto desinteresados miembros del mismo gremio, ciertamente que se desviven por favorecer el progreso común; pero no a causa de la mutua estima en que se tienen, sino porque no pueden sobrevivir sin tales conciliábulos –tal como pasa entre los judíos. Hoy en día parece que hombre de una pieza es sólo aquel que confía en sus propias habilidades. Si alguien se atreve a reprocharle al pueblo alemán que no es lo bastante solidario, se piensa que, de fijo, ese alguien sólo puede estar movido por turbios intereses. La experiencia propia de cada cual aconseja el pegajoso método de la sabandija; sólo en casos verdaderamente acuciantes resulta imposible sobreponerse a menos que reine una estrecha unión. Y sin embargo, ¿qué es entonces lo que nos ha sumido en la presente miseria? Qué, sino justo la escasa solidaridad imperante entre montones y montones de nosotros. Esto salta a primera vista. Aquello de lo que adolecemos es de una mayor humanidad. En el momento en que ella impere se materializarán todos nuestros anhelos. Un espíritu comunitario semejante sería irresistible. ¡Paciencia! Algún día lo veremos; tampoco se trata de vender la piel del oso antes de cazarlo». «Por todas partes» –dije- «la misma cantinela: ¡Que hay que tomar a los judíos como ejemplo! Si supuestamente han llegado tan lejos, ¿a qué se debe pues que ninguno quiera parecerse a ellos? La causa radica en que sus logros son ilusorios, banales; todo el mundo saca esa impresión: Vivir extendiendo la propia peste por el mundo, en un acecho crónico, no pertenecer a uno mismo ni por un instante de reposo, siempre atento a ver dónde hay un nuevo negocio, a si se puede sacar algún provecho de él, buscar la mejor forma de meter baza en tal caso; ¡vamos, ni un perro querría vivir de forma semejante, por todos los demonios! Sobre este extremo, me veo obligado a volver a citar a Lutero: ***********» «Ni siquiera de forma inconsciente» –hace saber Hitler- «tiene el judío ni el menor atisbo de la evolución inherente al paso del tiempo. El gran maestro 26