#EFECTOSOTO 4ª EDICIÓN EFECTO SOTO T2017/2018 | Page 34

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Rosa Montero tituló de esta manera uno de los capítulos de su delicioso libro "La ridícula idea de no volver a verte". La obra trata el asunto del duelo tras el fallecimiento de un ser querido, ese período de tiempo de duración indeterminada que resulta indescifrable e ingobernable. Montero navega a través de su propia experiencia tras el fallecimiento de su pareja en paralelo a la historia de Marie Curie, la venerable científica polaca que también perdió a su pareja de manera prematura e inesperada. Los fragmentos del diario personal de Curie se mezclan con las experiencias biográficas de la autora madrileña para mostrar la crudeza del período del duelo. Algo que ya sabéis aquellos que habéis pasado por una experiencia similar.

Pero no quería hablar hoy del libro de Rosa Montero, simplemente robarle el título e introducir a través de él la idea que transmite. La última vez que hacemos cualquier cosa es algo generalmente impredecible. Solo en algunos casos, en que la situación de una persona es terminal, se puede adivinar que es la última oportunidad de realizar una actividad e incluso en estos casos este estado final puede prolongarse por un tiempo desconocido. Lo más común es no saber cuándo estamos haciendo algo por última vez. Nunca pensamos que es así, más cuando aquello que tenemos entre manos es una actividad que realizamos frecuentemente, como jugar un partido de fútbol, disfrutar de nuestra comida favorita o subir una montaña. Así que lo emocionalmente más sensato sería disfrutar de cada actividad como si fuese la última.

El montañero navarro Iñaki Ochoa de Olza fue un "profesional" en el arte de vivir y disfrutar cada minuto, porque subió cada montaña sin saber que podía ser la última vez, pero lo hizo pensando en esa posibilidad lo que le permitió extraer toda la esencia a cada paso y a cada momento. Lo hizo abrazado a la sencilla idea que que "la vida, sin la muerte, no tiene sentido". Todos moriremos algún día pero viviremos el resto de ellos, así que la idea del ineludible final no debe impedirnos subir esa montaña solo por el miedo a que sea la última vez que lo hagamos.

LA ÚLTIMA VEZ QUE UNO SALE A LA MONTAÑA

Raúl Terrón