#EFECTOSOTO 1ª EDICIÓN EFECTO SOTO T2017/2018 | Page 38

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Es un lugar común de casi cualquier aficionado el decir que los porteros están (estamos) locos. De hecho los comportamientos de algunos integrantes de la grey de los tres palos hacen muy difícil argumentar que no lo están. Sobre todo en fútbol. Solo pensar en ilustres cancerberos como Higuita, Fillol, El “Loco” Gatti, Navarro Montoya, Burgos, Buyo y un largo etcétera hace que el imaginario popular identifique nuestro oficio como el de alguien al menos peculiar de “azotea”.

Un portero no tiene que estar loco por el mero hecho de ponerse bajo los tres palos. Mi intención a la hora de escribir esto es demostrar que no todos los porteros están locos, pero sí llegar a saber por qué a los ojos de los demás lo parezcamos, ya que yo mismo me incluyo como portero.

El puesto de portero, en cualquier disciplina, es una anomalía dentro del resto del equipo. En fútbol es el único que puede usar las manos. En balonmano es el único que puede estar dentro del área, en hockey tienen guardas y máscaras que le confieren un aspecto de robot humanoide a veces con rostro monstruoso. Si eso ya no es un primer paso para que el resto del mundo nos considere "peculiares" no lo es nada. Además tenemos la obligación de vestir de distinto color que nuestros compañeros, lo que acentúa la extrema soledad del puesto.

Y digo soledad porque igual que los jugadores de campo pueden compartir tanto el acierto como el error, el portero no comparte ni lo uno ni lo otro. El error, que inevitablemente acaba en gol, es solo tuyo, nadie lo comparte. Ni tan siquiera el éxito es compartido. Tras un gol, todos van a abrazar al héroe. Cuando el portero salva al equipo como mucho alguna palmada de alivio del compañero que ha visto salvado su culo.

Yo estuve en un equipillo en la universidad donde el resto de integrantes eran, entonces, estudiantes de filosofía. Uno de ellos me decía que, como portero, tenía un cierto carácter estoico. Es decir, resistente ante la desgracia, fuerte ante la fatalidad. Y es cierto, el portero es consciente de que tras él no hay nada, que es la última frontera del equipo ante el fracaso, tanto es así que en Italia llaman al portero "extremo defensor". Por tanto, para ser portero es obligatorio poner la integridad de tu marco por delante de la tuya propia. Es el caso del portero que tras recibir un pelotazo en la cara que lo deja inconsciente, lo primero que pregunta al despertar es si el balón ha entrado. Si alguno no está preparado para recibir golpes de todo tipo y que no le importe, que se busque otra forma de disfrutar del deporte.

Y es eso lo que nos sitúa en un plano paralelo a la cordura. Tener la determinación de meter la mano, poner la cara donde el resto de los jugadores no osarían a meter el pie por el bien del equipo. Esa determinación hace que a la vista de aquel que nunca se ha puesto frente a un balón seamos de un comportamiento incomprensible, y por tanto próximos a la locura. El portero no se puede permitir una sola duda, si duda ya ha fallado.

LOS PORTEROS NO ESTÁN (ESTAMOS) LOCOS

Paco Sánchez Tortosa