SANTA FE
Pequeñas partículas de materia oscura
Te cuesta creer que esa mancha oscura que se pierde en el agua
imaginaria del camino te haya traído hasta acá.
Pero es así. Respiraste su atmósfera viciada. Te envolvió el sinsentido de las conversaciones.
Trastabillaste como un pelele en la banquina raleada y una pasajera no pudo contener la risa.
Vos también te hubieras reído de haberlo visto. Vos también te reíste de hecho poco después.
Ahora es palpable el aire frío que te entra en los pulmones. La luz
del sol. No podrías desconfiar de estas evidencias
y sin embargo ni las primeras arboledas ni las primeras casas bajas
ni ese chancho que se mueve salpicado con barro
pueden explicar tu decisión de seguir adelante. No te basta –no puede
bastarte, pensás– esta materia luminosa que te sale al paso.
De La hospitalidad del mundo
¿Renegaría de la hora que respira?
Aquella persona extraña de inocultable parecido familiar
en el modo con que arrastra sus pasos hacia la ruina
de la vieja estación ferroviaria
que acaba de hacer un parate en el camino
de ponerse en puntas de pie para tomar el pequeño fruto de un árbol
llevárselo a la boca
sentir el asedio desapacible de su sabor.
De El largo aliento
La perdición del pan
El aire de los días hizo de él un resto que bien puede irse a parar al tacho donde se juntan el agua
hervida, la yerba mate, las cáscaras, las colillas de cigarro, los saquitos de té y los huesos, en un
acre mejunje que hay que tirar afuera, antes de que rebalse, para engordar a las gallinas. Pero no
hay más pan bueno en la alacena, ni grisín, ni galleta para romper sobre la sopa, y decide agregarle
esos pedazos duros, que ahora ceden, se ablandan, prodigan, en su sustancia, su propia sal.
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ANTOLOGÍA FEDERAL DE POESÍA
De El largo aliento