DESCARTES DESCARTES. SANTA CLARA | Page 21

imperfectos y los de Dios perfectos), de aquí se constata que el hombre y Dios pensaban de la misma manera, aunque uno más perfecto que el otro. En lo que se refiere a los modos de presentarse de la res extensa cuyo principal atributo es la extensión se basará en los objetos físicos particulares y sus movimientos mecánicos matematizables y mesurables. 3.6.1 Conclusiones. Resumen Veamos a continuación los cuatro momentos que comprenden la práctica totalidad de la propuesta cartesiana, estos momentos son cuatro: La duda en sentido estricto, y su proceso. En este “momento” Descartes pone en entredicho al mundo, hay lo que se ha denominado una pérdida del mundo. Y esto debido, como hemos analizado, a varios motivos: 1) Los sentidos nos han engañado alguna vez; nos pueden pues engañar siempre. Se establece la duda en los sentidos. 2) No sabemos con certeza diferenciar el estado de vigilia del estado de sueño. 3) A veces nos equivocamos al razonar. Existe, pues, una duda sobre la eficacia de la razón. 4) El genio maligno: es posible que exista un genio maligno que nos engañe, o que incluso Dios haya creado al hombre de forma que nos engañemos siempre cuando pensamos algo, por ejemplo, cuando afirmamos que 2+2=4 La tabla de salvación del escepticismo: el cogito. La proposición “yo pienso, luego existo” aparece como evidente e indubitable desde todo punto de vista, pues aun en el caso de que yerre, estaré equivocado, pero seré alguien que existe, una conciencia que se equivoca; luego la existencia del yo, de la mente pensante (no todo el hombre; Descartes no sabrá cómo justificar el cuerpo propio y tampoco a los otros, en sentido estricto) es un dato del que no puedo dudar. “Pienso, luego existo”, de lo que se deriva también que yo soy “una cosa que piensa”. De regreso al mundo: resolución de la duda. Para “recuperar” el mundo que en el primer paso había “perdido”, Descartes poniéndolo en entredicho, Descartes recurrirá a la demostración de la existencia de un Dios bondadoso. Este Dios nos ha creado, y nos ha dado unas facultades sin doblez, capaces, pues, de conocer cosas. Una vez supuesto esto, podemos ahora confiar en