Seguir sus pasos era la mayor de sus
suertes.
El mayor ensayo del amor y la tortura,
eso era Lucy, una salvaje criatura de
amor y lascivia, eso era Lucy, el mayor
ejemplo de vísceras resplandecientes
y vivas, el mayor ejemplo de lujuriosos
efluvios, el mayor ejemplo de la carne.
La tormenta no amainaba, ni los
truenos, ni los relámpagos, ni los
caminos, nada amainaba, tampoco
la búsqueda ni las dudas, nada
amainaba.
Todo quedaba atrás y todo estaba por
delante, todo parecía desvanecerse
y todo parecía presentarse de
nuevo frente a ella, todo era irreal
y verdadero, todo era tal y como lo
imaginaba o tal vez sus dudas eran
infundadas.
Lucy seguía con su danza pantanosa,
con su danza llena de sangre y
efluvios, llena de todas las cosas que
te hacen creer en los dioses paganos
de la vieja Europa.
-¿Dónde están esos chicos? -se
preguntaba con unas leves lágrimas
Lucy.
-¿Dónde están esos forajidos de las
brumas de este mundo perdido y
despiadado? -se preguntaba Lucy.
Vince Taylor le miraba desde la pared,
su sonrisa seguía temblando bajo los
truenos de la tormenta.
-Todo el mundo necesita un ángel como
tú -se decía a sí misma la muchacha.
Un ángel eléctrico y sereno, un ángel que
vuele entre los truenos y relámpagos
del cielo del norte, un ángel heredero
de todos los dioses paganos.
JW, Ronnie y Kurt también lo eran, unos
ángeles bajados de las nubes cobrizas
de algún desiert