culdbura nº 13 Culdbura 13 | Page 83

Miedo a no estar muerto “Lo único que deseo para mi entierro es no ser enterrado vivo” Lord Chesterfield El terror a ser enterrado vivo supera al propio miedo a la muerte. Las historias que se han relatado por el hallazgo de arañazos en la parte interior de los ataúdes y restos de astillas en las uñas de algunos cadáveres cuando eran exhumados, tenían como base las dificultades de la medicina para dilucidar los estados catatónicos y las tendencias a realizar los enterramientos sin esperar cierto tiempo después de confirmada la muerte. Con la intención de apaciguar esta zozobra, a lo largo de la historia se han ideado di- ferentes dispositivos para ser introducidos en el ataúd, generalmente un cordel unido a un elemento sonoro en el exterior, que permitiera la comunicación en esas situaciones tan poco habituales, como intranquilizadoras. La aportación burgalesa En 1927, Luis Valero Carreras, médico afincado en Burgos desde hacía diez años, ideó un sencillo aparato con el objetivo de poder detectar algún resto de vida en un su- puesto cadáver, siempre que se manifestase con pequeños movimientos. La descripción que hizo el inventor es la siguiente: “Un dispositivo adaptable a la cabeza del presunto muerto y dotado de un vástago metálico inoxidable que se coloca entre dos láminas de cobre que descienden del techo. El menor movimiento establece el contacto y hace sonar el timbre”. La señal de alarma, en enviaba desde el mortuorio, a un cuadro receptor colocado en la oficina del conserje del cementerio de San José. En ese lugar: “(…) se pondrá un aparato sencillísimo, consistente en un tubo con un líquido atornasolado, que, al pasar la corriente eléctrica se vuelve rojo, lo que permitirá comprobar, caso de haber sonado el timbre, si el guardián se percató de ello”. El sistema se ubicó en el depósito de cadáveres, donde, mediante un tabique dotado de una ventana de cristal, se aislaba de la zona donde los familiares realizaban el velato- rio, un cuarto: “(…) dotado de calefacción por estufa y provisto de retrete”. Los pobres podían usar gratis los aparatos, mientras los pudientes, abonarían cinco pesetas cada día. La prueba de inauguración se realizó el domingo 13 de marzo de 1927, con la pre- sencia del inventor, del alcalde Ricardo Amézaga, de varios concejales y con la bendición del capellán del Cementerio, Sr. Grijalvo. Según describen, la ley obligaba a todos los Ayuntamientos a disponer de un dispositivo para esta finalidad, pero muy pocos lo cum- plían. Se desconocen los resultados obtenidos por la aplicación de este ingenioso invento, pero no se ha podido obtener información que confirmase su utilización por mucho tiempo.