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El Rumiante Loco Uno, con los años, ha llegado a estar convencido de algunas cosas; pocas, bien es ver- dad. Por ejemplo, de que le aqueja un cierto deterioro cognitivo (aparte de percibirlo, se lo han diagnosticado; nada fuera de lo normal, dada su edad provecta); de que no siente de- masiada empatía por sus semejantes (solo lo han favorecido cuando lo han abandonado, caso de amigos y mujeres); también, y esto lo ha inferido al contrastar su pensamiento con lo que viene leyendo en los periódicos (en la mayoría de ellos) y escuchando de un tiempo a esta parte en los informativos y programas de opinión de las emisoras de radio y televisión más significativas, que es un hijo de puta y un facha, cuando no un reaccionario, retrógrado, fascista, machista, homófobo, xenófobo… Menos mal que no lo sabe nadie. Lo peor de todo es que uno ha empezado a dudar de si llevan razón o no; alguna deben de llevar, puesto que son tantos y se manifiestan en nombre del progreso, y en la lejana juventud uno mismo fue como ellos, cuando la culpa de todos los males que padecía la humanidad la tenían siem- pre otros, fundamentalmente los ricos y los poderosos (categorías, por otro lado, unívocas, pues ambas se dan en los mismos individuos), axioma marxista que la universidad nos había imbuido a muchos de los que habíamos pasado por ella, sin duda los que habíamos cursado letras y teníamos el cerebro más blando. ¡Cómo admiraba uno entonces a aquellos profeso- res! ¡Qué claridad expositiva la suya! ¡Qué verbo tan sostenido: se tiraban hablando en un tono monocorde la hora de clase sin hacer siquiera una pausa para carraspear! Y lo ganaron a uno para la causa, la causa de Carlos Marx y Marta Harnecker. A fuer de sincero, para la de esta última (El capital lo dejaba uno para los de mollera más consistente; uno prefería perder el tiempo en otras actividades; por ejemplo, en no hacer nada). Pero uno cree, a pesar de su leve deterioro cognitivo (leve, con las reservas pertinentes, puesto que, a lo peor, uno está peor de lo que sospecha), que es ahora cuando, pensando sin ayuda de nadie, percibe que está más atinado (aunque posiblemente tal sea un desvarío), habiéndose des- prendido de las ideas ajenas; más que ideas, eructos, doctrina consistente en una serie de lugares comunes, baladronadas e imprecaciones contra los empresarios, la Iglesia, el Ejército y el Estado fascista. Ser de izquierdas, como lo era uno antaño, como lo era un porcentaje mayoritario de los que de izquierda se consideraban, como lo son hoy los que de tal costado se pregonan, es no saber en qué consiste verdaderamente semejante afección, si es que consiste en algo, porque, a tenor de sus manifestaciones, no parecen tener más argumentos que los de odiar a los de derechas y despotricar contra ellos; exactamente lo mismo, por cierto, aunque a la inversa, que ocurre con los de derechas respecto de sus contrarios, si bien hay que reconocer que los que empezaron con los reproches e insultos fueron aquellos y que estos no hacen sino imitarlos. Cuando no lo llaman a uno hijo de puta, lo llaman rojo, maricón, promiscuo, sidoso… Tales para cuales. Los unos son mancos de la extremidad iz- quierda; de la diestra, los otros. Lo peor de todo es que España (cualquier país, aunque a lo mejor no tan virulentamente), cuando no manquea de un lado, manquea del otro. Lo acer-