tinta
tenía que ver con el ardor. No lo sé. Tal vez con la manera en que de noche pronunciaba
sus nombres. Recién acostados. A salvo. Felices. Sus hijos. Tenía que ver con esa magia,
esa nube interior, ese hechizo en que todos estamos al sentirnos distintos. Ella.
Puede que un buen
día al despertar se des-
cubriera a sí misma con-
tándole a la almohada
todo lo que faltaba por
hacer. Entonces de re-
pente crecería, sería ve-
rano, ya de noche o
cuando quieras, pero ella
engendraría en su ca-
beza esas ganas terribles
de vivir, esa urgencia im-
periosa de volar, ese vér-
tigo feliz de ser amada.
Otro día cualquiera
el pasado ronronea y no
lo dejas estar. Todavía es
verano. Te has puesto un
bikini, te has lanzado a
una piscina y, de re-
pente, bajo al agua, has
pensado en tu madre.
Tenías
nueve
años
cuando por primera vez
supiste que lo eras todo
para ella. Tú. Justo
cuando te estaba per-
diendo. Y viste bajo el
agua la expresión de
quien añora sin remedio
cuanto tiene cerca. Por-
que huye la infancia igual
que un día ya eres otro.
Sin saberlo.
tenía que ver con
las cosas que tenemos
delante. No lo sé. Quizá
con la angustia de mirar-
los crecer día a día como
crece la idea de que
pronto dejarán de ser
nuestros. Los hijos.
Una vez hubo un
hombre que se subió a
un tejado y antes de
volar contra el suelo pro-
nunció palabras inaudi-
bles. Yo lo conocía. A
veces cierro los ojos y re-
creo su salto y soy yo y
soy tú. Sin piscina. No
murió, pero a día de hoy,
sigue hablando de cosas
que a nadie le interesan,
como largas despedidas,
si pudiera si pudiera si
pudiera estar allí.
¿Dónde?
Tenía que ver con el
amor. Y el tatuador lo
sabía. Por eso debía de
haber mar, un mar de
carne y hueso, sin color,
como las cosas simples
que nos salen del alma.
Haz ya la tarea. Come
esto. Estate quieto. Y
uno piensa: Si pudieras
volver a peinarme …
madre. Pero el tatuador
imagina un mundo hacia
dentro, pintado en un ojo
de luz. Has de subir al faro para encender la vida. Y jugar sin cansarse al porvenir. Todos
juntos. Tenía que ver con mamá.
Yo le hubiera devuelto la vida por verme pintado en su brazo, sí, un día de sol, jugando
a ser tinta en la playa.
Eliseo González