Espejos
Nos lo contó hace poco Jesús de la Gándara. Una puericultora que trabajaba en una
casa-cuna en Salamanca llevó a cabo un experimento, realizó retratos a los niños con una
cámara Polaroid y les enseñó las fotografías. El resultado fue que los niños reconocían al
resto, pero no a si mismos. Eran niños que habían vivido en casas humildes donde no había
espejos. En una casa sin espejos, los niños tienen dificultades para reconocerse a si mismos.
De la Gándara, insigne psiquiatra de cabecera de Carles Francino y muchos otros, tiene
gran facilidad para relatar con asombrosa sencillez el complejo comportamiento del alma
humana. Él también nos contó que hay una época en nuestra vida que es vital para obtener
una respuesta aceptable sobre nuestra identidad: ¿Quién soy yo?. Esta es la gran pregunta
que comienza en la infancia y que necesita en ese momento urgente respuesta. Y ¿dónde
encontrarla? Además de espejos reales necesitamos otro tipo de espejos en los que nos mi-
ramos constantemente, que son los demás. Necesitamos saber quienes somos y como
somos. Necesitamos tener referencias en los demás, sobre todo de nuestros padres y nues-
tras madres.
Yo, que desterré los espejos hace años, prestándoles poca atención, he perdido mucho
tiempo con ellos. Casi el mismo que pierden mis hijos todas las mañanas intentando acicalar
su pelo ante la mirada burlona e inquebrantable de las púas del peine. Me empecé a quedar
calvo muy pronto. A los 23 ya aparecía con amplias entradas (y no de cine precisamente) y
a los 25 mi frente llegaba prácticamente hasta la coronilla. En un principio sentí terror. Creí
que me iba a convertir en un apestado y sobre todo a dejar de gustar a las chicas… pero con
el tiempo descubrí varias cosas. La primera que las chicas son suficientemente inteligentes
como para no hacer casting en función del pelo (o de su ausencia). Luego observé que que-
darme calvo también tenía alguna ventaja. Ahorro en peines y champú, y sobre todo de
tiempo. Ya no perdí más tiempo intentando modelar mis rizos y sobre todo encontré una
mirada nueva frente al espejo: ya no me miraba la pelambrera, ahora me miraba directa-
mente a los ojos. De tú a tú, amigo reflejo.
No hace mucho volví a ver La ley de la calle (Rumble Fish, 1983). Una obra maestra
de Francis Ford Coppola en la que casualmente de nuevo me volví a encontrar con los espe-
jos. En Rumble Fish su protagonista, “el chico de la moto” (personaje interpretado por Mickey
Rourke) trata de explicar a su hermano (Matt Dillon) el extraño comportamiento de los peces
luchadores de Siam: Si pones un espejo junto a la pecera, estos peces se atacarán, viendo
el gesto amenazante de su propio reflejo. Es decir, los peces de Siam ante el miedo adoptan
un gesto amenazante, que en una especie de terrorífico feedback, les produce aun más
miedo que es respondido con ira y violencia…
Pues vaya… Me sorprendo entonces relacionando todo este cúmulo de informaciones
sobre reflejos y espejos con asuntos de rigurosa actualidad. Alguien que teme a su propio
reflejo sin darse cuenta de que su reflejo es su propia amenaza… Veo entonces a lo lejos un