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recho de mostrar al resto del mundo la imagen más hermosa de la ciudad que coadministran, de la ciudad que les entregó su confianza para, juntos, ganar el futuro. Aquí no existe una Hannah Arendt, ni se está juzgando al nazi Adolf Eichmann, es evi- dente. Nuestra Shoah (holocausto judío) reside en las cunetas, donde todavía permanecen más de 180.000 asesinados, y nuestro dolor, el de todos los demócratas, vive en el despre- cio, abandono y olvido de las víctimas. Y les debemos respeto, reconocimiento y presencia. Nunca más olvido y miedo. No permitamos que la “banalidad del mal” de nuestros fascistas patrios se perpetúe en su conocida perversión del mal. Carlos de la Sierra Asís G. Ayerbe