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traran acomodo para la hebilla con que anclar su andadura parsimoniosa. Hay que apuntar, para que pueda entenderse el significado de tal viaje, que el vehículo circulaba por la izquierda, en sentido con- trario a las agujas del reloj; esto es, marcando el perímetro más amplio hasta el último agujero, per- forado ex profeso al borde del precipicio, para an- corar allí in extremis y, pasado el susto, hacer parada y fonda, y dar por finalizada la interviú. Aquel periplo habrían tenido que realizarlo hoy en sentido inverso, circulando por la derecha, hasta el agujero de una 52 como mucho. El con- torno de un dedal en comparación con la talla que se enfundaba antaño; la cintura de una sílfide frente a la de un hipopótamo; la del ser desmedido al que se ha hecho mención en el primer párrafo en contraposición a la del indio con sus mismos ojos y su misma inteligencia con el que ha tenido la suerte de coincidir en su regreso al pasado (“La infancia es la verdadera patria del hombre”, dictaminó Rilke) para jugar a los indios. –Yo era Toro Sentado. buyen varias y, paradójicamente, en exclusiva o con marchamo de autenticidad, como puede apreciarse haciendo una simple búsqueda en Google– y, más que el idioma, su sintaxis, in- congruencias craneofaciales aparte, el re- ferenciado en estas líneas tiene, por fuerza, que ser un indio, un gran jefe indio. –Hao, Toro Sentado. (Para no herir susceptibilidades, qui- zás hubiera sido mejor haberlo caracteri- zado de Caballo Loco, apelativo más sonoro y con unas connotaciones épicas y románticas mayores, pero la condición de éste, segundo de aquél, invalidaban tal po- sibilidad.) –Hao, botarate. Tú confundirme con otro. Primero, lo sustancial, botarate, re- ferido con acierto a mi persona; luego, el desmentido retórico de la propia identidad. ¿Se siente, acaso, más identificado con aquel a quien Manolo Bouza entrevistara a bordo de un haiga mientras recorrían el cinturón de ronda del perímetro de sus pantalones? Aquella entrevista imaginaria se publicó en Hygeia, y ya porque así se indicara en ella, ya porque la cruel memo- ria haya desfigurado el argumento en tal sentido, los pasajeros hacían parada y avi- tuallamiento en cada uno de los agujeros del recorrido, sin que en ninguno encon-