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[...] No estoy cansado pero me cansa vivir en un un estado que se le llena la boca de democracia y, sin embargo, ronea con la enseñanza de su historia y, cuando no, permitiendo, desde fascismos in- teresados y excluyentes, su ocultación y la de su bandera. Quiero salir a mis calles de siempre, con mis símbolos de siempre y no quiero que, por ello, me empujen como siempre y no quiero, por pedirlo, un estanco, un quiosco de apuestas o que desaparezcan otros símbolos que quieren gentes que yo quiero. Pero, ojo, quiero lo que ya he dicho que también quiero. Ojalá ellos también me quieran. Tam- poco quiero hipotecas aldeanamente subvencionadas porque hasta me han quitado las ganas de dar para los chinitos… El mus de España Será una exposición que pretendo homenajee al humor y concordia, virtudes que, todas las tar- des de España se citan alrededor de naipes y mesas ocupadas por ese caro género compuesto por finos catedráticos y sesudas estrategas, gente larga española del juego del mus, de la flor y del su- bastado. A todos rodean vapores de alambique, inspiradas decisiones, recuerdos de habaneras, espirados humos y sufridos aspirantes a adjuntos, gente bisoña y mas joven, que sólo está para dar tabaco y, si se terciase en la tarde, fuego, mechero, lumbre al fin. Esas esforzadas cabezas están regadas por el humor y la sorna, el Ponche Soto y las gotas ex- celsas del anís Machaquito y del orujo y, también, del brandi ese del sur, del pacharán casero y por el oloroso café traído por aquellas tiendas de coloniales, almacén de ultramarinos que habita la me- moria de la infancia, rincones aquéllos, cuevas de Alí Babá, en donde aprendimos los nombres del bacalao, el de la flor del aceite de oliva, el del arenque de barril y los otros de las especias albahaca y pimentón de la pimienta y manzanilla y la menta y los otros olores de más allá de la mar, el ci- lantro y el comino y el clavo y el del té y el de la canela y el de la piña y coco del pirulí de la Habana. España entera a esas horas, acepta entera esas reglas del juego y, los profesores de la calle, dictan la lección a sus alumnos y los muros, que están para eso, solo miran.