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que nuestra existencia está llena de sombras ―decíamos― no estaría de más que el Go- bierno de turno (el Estado, mejor, para que así la cosa no dependiera del Gobierno de turno) procurara que todos los individuos estuviéramos bajo su tutela y amparo, no solo fiscal, que en ese aspecto no se le escapa ni uno, sino emocional, a fin de evitar al ciudadano todas las frustraciones que sus deseos y pulsiones le deparan al no ser debidamente satisfechos. ¿No debería ser prioridad de todo Gobierno (Estado, mejor) allanar el camino, limpiándolo de oponentes y obstáculos, a todos sus súbditos para que vieran satisfechos sus afanes? ¿Todos? No nos olvidemos que no lograr que la mujer deseada se acueste con nosotros nos provoca una tremenda frustración, como se la genera al victimario no conseguir asesinar a la víctima elegida, o al ladrón ser desposeído por la policía o la Guardia Civil del botín arram- blado en un robo. ¿Qué hacemos entonces, permitir que el violador, el asesino, el ladrón vean satisfechas sus expectativas impunemente o, por el contrario, se lo impedimos y ha- cemos que se desengañen? La razón y la experiencia nos han enseñado que hay deseos, pulsiones y apetencias cuya satisfacción hay que impedir a toda costa por mucho que frustre a los sujetos en que se desatan, so pena de que otros individuos, de manera directa, y la sociedad en su conjunto, indirectamente, se vean gravemente perjudicados. ” Toda sociedad (y el término sociedad comporta organización, ley y orden) está for- mada por seres frustrados. Sin la decepción personal de los individuos que la componen, la sociedad entraría en rápida descomposición. ¿A qué viene, entonces, que los partidos, aso- ciaciones y elementos que se autoproclaman progresistas quieran impedir la frustración de los ciudadanos? Hemos señalado como ejemplo al principio de estas líneas la propuesta de hacer invisibles los marcadores de fútbol, pero hay otras de tanto calado o más; así, la de eliminar los suspensos y la repetición de curso en el sistema educativo, facilitando al alumno un camino sin cortapisas hacia el doctorado en la especialidad elegida. Pero lo malo, lo peor, no son las propuestas; lo peor son los trágalas, como el de subir desaforadamente el SMI (salario mínimo interprofesional; asimismo, sigla del Sistema Métrico Internacional), con- culcando el acuerdo existente entre el anterior Gobierno y los sindicatos, y sin tener en cuenta que, al menos un 15 por ciento de la población activa está en el paro (y con tal me- dida no van a encontrar trabajo nunca; eso sí, podrán comprobar alborozados cómo se les unen nuevos amiguitos) y una buena parte de los pensionistas no llegan ni van a alcanzar nunca tan mágico guarismo. Bien es verdad que casi siempre es más provechosa la fantasía que la cruda realidad. No importa tanto que no tengan un salario, o que tengan un subsidio por desempleo o una pensión que no alcanza la mágica cifra cuanto que puedan fantasear con la redonda cantidad de 900 euros. ” Que a las progresías, votantes y clase política, les haya dado siempre (más de un tiempo a esta parte) por defender la elusión de todos los obstáculos que hacen que las per- sonas (todas) se frustren no quiere decir que a veces, a fin de procurar que al menos la mitad de la sociedad, o una parte de ella, vea satisfechos sus impulsos, no nos hayan con- denado a la otra mitad, o al resto de ella, a padecer reiteradas contrariedades. Así, cuando se erigen en baluarte de un Estado del Bienestar cada vez más sobredimensionado (ahora están empeñadas en instituir la renta básica universal... al tiempo, nos maliciamos, que el déficit cero), a fin de hacer carrera y fortuna sin arriesgar nada como individuos, a costa, invariablemente, de los impuestos de casi todos. Así, también, cuando justifican o amparan la deslealtad y el despilfarro de los nacionalistas (instando a la fiscalía para que califique como veniales los delitos perpetrados por los líderes del ‘procés’ y asumiendo la deuda a corto plazo de la Generalitat), a cambio de apoyo parlamentario, para frustración de un ‘país de países’, expresión a la que acabarán sobrándole ambos términos y, por supuesto,el en- lace. O cuando se les llena la boca con la palabra ‘cultura ’y se dedican a subvencionar y premiar a escritores y artistas lamerones, sumisos a la causa. Asimismo, cuando ondean la bandera del feminismo, señalando, por sistema, al hombre como culpable en todo conflicto en que se ven implicados miembros de ambos sexos, habiendo conseguido sacar adelante una ley que no admite que haya acusadas; haciendo valer en la Administración la figura de la ‘discriminación positiva’ en favor de la mujer frente al hombre en todos los casos en que