culdbura 11 Culdbura 11 | Page 61

Nuestra ciudad / Enero No sé cómo pudo acceder esa mujer hasta mi despacho, cómo no le impidió el paso el guardia de seguridad. Desde luego no funcionaron los filtros. De ninguna manera hubiera debido entrar, cuando preguntó en la puerta por el negociado. Entiendo que tenemos una conserje nueva, que desconoce los protocolos. Quizás le dio pena, con su aire medroso y desconcertado, viendo además a un niño pequeño agarrado de su abrigo. Eso debió de ser: una mujer sintió lástima de otra, y pensó que acaso se podría arreglar algo en mi despa- cho. Se lo dejé claro enseguida, en cuando eché un vistazo a los papeles, aunque casi no necesitaba mirarlos. Soy un hombre experimentado. No había nada que hacer. El desahucio estaba en marcha, la expropiación aprobada y en breve se iniciaría la demolición del edificio. Tampoco es que se quejase demasiado. Musitó algo parecido a un “pero…”, y se calló un momento. Yo se lo había dicho enseguida: “no puedo arreglarlo”. Luego ella había se- guido diciendo: “Señor, pasa esto y lo otro…”. Y, ¿qué?, pensé yo. No me venga con mon- sergas. Eran una pobre mujer, humilde, menuda, la carita morena, con los rasgos distintos de alguien que ha nacido en otras tierras, y un niño que parecía incapaz de reír o de llorar por no molestar. Incitaban a la compasión. La empujé suavemente hacia la puerta y se dejó llevar. “No se puede hacer nada”. Lo decía como un médico que explica el diagnóstico a su paciente. Me di cuenta de que se le nublaban los ojos. No soy insensible. Pero no podía in- vertir más tiempo en eso. En la mesa me aguardaba una gran pila de expedientes, que debía ir sacando a lo largo de las horas, cosas complejas para las que se necesita un gran conocimiento de las leyes, propiedades embargadas, sanciones… Se precisa inteligencia y dedicación. Soy un profesional. Nadie duda de mi capacidad, de mi seriedad. Me considero justo, respetuoso con las normas, aplico las leyes en todo caso, no me caben remordimien- tos. Realizo este trabajo desde hace muchos años. Poseo méritos, soy jefe de sección y puedo tomar decisiones. Pero no se puede actuar cuando ya está todo aprobado. Tampoco dudo de que seguramente les habían engañado. Mas ya no estaba en mi mano. A lo mejor hacía un año, o un mes, hubiera habido posibilidades. Pero ya no. Se me ocurrió que quizás ella se hubiera presentado con anterioridad y no la hubiésemos recibido. Podía ser. Hasta que esa conserje nueva la había dejado pasar. Me miró con ojos de perro apaleado y gimió un poco. Fue mientras le acompañaba a la puerta. La dejé sentada en los sillones de la sala de espera, entre mi despacho y el pasillo que conduce a las escaleras y a la salida del edificio. Sobre la mesita de la sala tenemos unas revistas. Pensé que necesitaba un momento para recuperarse. Si eran las nueve de la mañana cuando había entrado en mi despacho, puedo asegurar que no eran más de las nueve y diez cuando terminaba su consulta. Una serie de “noes” seguidos le quitan la voluntad a cualquiera. Y más a una pobre mujer. Luego me sumí en