Agostar sonido
y no morir de melancolía
A propósito de Agosteros de sonidos empolvados de Mayte Santamaría,
Exposición 9 de nueve
Cortes de Castilla-León, septiembre-octubre de 2018
Espero de cualquier propuesta artística que abra sendas en el bosque de las nostalgias
y, con sus signos y cifras, mojando la vista con ruidos y vocabularios alternativos, me lleve
como en volandas fuera de la caverna, hacia el gozo del presente y, si me apuran, hasta las
galeradas de un futuro imperfecto que funcione como expectativa. Quizás un sucedáneo de
orientación hecho materia. Yo, permítanme la idiotez de la primera persona, no sé calibrar
sin ayuda la importancia de mis melancólicos pesares y, por eso, necesito de las artes. Añado
a lo dicho, por si fuera poca o corta la confesión, que en estos tiempos en los que “la natu-
raleza” triunfa en tantos territorios de la cartografía artística y política como eje vertebrador
de apuestas y rebeldías, yo no echo en falta en mi ecosistema la atmósfera ni la biosfera
que me acompañaron en el pasado. No me habla la Madre Tierra desde una lejanía arcana.
Mis melancolías apuntan a una
tecnosfera perdida, a los
puentes del ferrocarril que me
han desmontado las fuerzas
vivas con saña y en los que ya
no se enquista el silencio. Las
olas de la morriña me traen
sucios bosques mecánicos, es-
condites de artilugios empol-
vados que, si lo pienso bien,
significaban a una modernidad
ya antigua en mi niñez lejana.
Echo en falta los artefactos en-
cerrados en pequeñas fábricas
o expandidos en las eras.
Estos objetos, mi patria,
mantenidos por etnógrafos de
anónimo quehacer en talleres
de viejo o simples almacenes
Vista del proyecto de Mayte Santamaría en la exposición “9 de nueve”
pueblerinos invadidos por ara-
ñas en la Castilla vieja, vacía,
profunda o asolada, Mayte Santamaría los ha colocado en el espacio expositivo con vocación