Entre 1956 y 1973 dirigió los Cursos de Verano para extranjeros por lo que recibió el título
de Caballero de las Palmas Académicas de la República Francesa. Es autor de diversos li-
bros sobre filosofía y sociología –entre ellos Diez lecciones de sociología- aunque de lo
que más orgulloso estaba era de su labor de profesor:
“Soy profesor y enseño lo que me mandan, que no es poco. A veces añado
lo que bien quisieran que me callase, que es bastante. Por lo demás, vivo en
una provincia tan deprimida como deprimente, y lucho por eso que vagamente
se llama cultura. Otros han hecho lo mismo y ha sido inútil. Esta vez ya vere-
mos. Lo que he escrito, poco o mucho está sin publicar. Pienso, como la mayoría
de los españoles, que se debe a la censura, que en este país lleva siglos afi-
lándose las uñas, pero vaya usted a saber. Soporto a diestro y siniestro, me
conforme; si puedo me río. Lo que no haré es exilarme: aquí nací y aquí me
quedo. En fin, querido lector, confío en que no necesites de mí, pero si llega
ese trance y no queda mayor remedio, dímelo. Me encontrarás”.
LUIS MARTIN SANTOS, SOCIÓLOGO
Hay sociólogos nómadas y sociólogos sedentarios. Los primeros inventan, los se-
gundos archivan lo inventado.
El trabajo de un sociólogo nómada es una tarea de vagos y maleantes. Vago es el
que vaga: el que se sale de los caminos trillados. Maleante es el que va por mal camino.
Hay que salirse del camino y andar por malos caminos, para trazar un mapa. El orden so-
cial es una red de caminos: prescritos o buenos y proscritos y malos. Los caminos buenos
–rectos- son de dirección recta y sentido hacia la derecha. Como la mula en la noria. El
que va siempre por el buen camino no llega a conocer nunca el territorio. Menos a trans-
formarlo. Para conocer y transformar, hay que subvertir la ley: darse una vuelta (verter)
por debajo (sub) de la ley, para poner de manifiesto sus fundamentos.
Decía un personaje de “Las leyes” de Platón: “Tu ciudad tiene leyes muy sabias es
la que prohíbe a los jóvenes preguntarse por la justicia de las leyes”. El que hace pregun-
tas al orden social, el que lo pone en cuestión, ha de ser eliminado. Como Sócrates, como
Jesús.
Como Luis Martín Santos. Nadie más nómada que Luis Martín Santos en su paso por
la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Nunca sentó el culo ni la cabeza. Adminis-
trativamente en precario. El cuerpo corroído por la enfermedad. En duda permanente.
Dudar viene de duo-habitare. El que duda habita dos mundos: el mundo real y los
mundos virtuales. No se enfanga en lo positivo, está abierto a lo posible.
Los alumnos le escuchaban embelesados. Sus clases estaban abarrotadas y en si-
lencio. Su palabra tenía una cualidad magnética. Los que la escuchaban quedaban mar-
cados para siempre. Condenados a pensar.
Su pensamiento sociológico se condensa en “Diez lecciones de sociología”. Son el
resto sedentario de una palabra nómada. Como una mariposa parada por la aguja que le
atraviesa el corazón. Sombra de una voz.
Pero su palabra viva prendió en las que lo escucharon. La infección que hizo estallar
se seguirá propagando. Su cadáver crecerá.
Para evitar el retorno de los muertos, los supervivientes los encierran con ritos fu-
nerarios; unos los entierran, otros los queman, otros los cubren con una losa de piedra,
otros los abandonan a los pájaros y a las fieras. Para más seguridad, refuerzan el rito con
un mito, el mito del infierno. Cada cultura extrae su mito del infierno de los ritos funerarios
de las otras: aprisionado por la tierra, Tántalo no puede alcanzar los alimentos; la llama
que apagó la vida de Lucifer enciende su muerte; la losa del sepulcro rebota continua-
mente en la cabeza de Sísifo; los pájaros picotean eternamente las entrañas de Prome-
teo.