y revitalizan en el presente decisiones tomadas
bajo esquemas de poder pasados.
En este sentido el espacio y las materialidades de
los dispositivos de salud son fundamentales para
comprender la interfaz de participación. Bajo esta
racionalidad espacial, el territorio emerge como
una capa específica de la participación ciudadana.
La manera en que el dispositivo se ubica y define
su entorno territorial marca su nivel de apertura
a las particularidades y complejidades de la salud,
así como también su capacidad de enjambrar (27)
tecnologías de autogestión, autocuidado, cuidado
comunitario, prevención colectiva, etc. En este
sentido, la participación se ancla en el diálogo y
la mutua transformación entre el dispositivo y el
territorio.
Entendiendo esta relación de co-producción
entre los dispositivos y el territorio, esta capa de
la interfaz nos invita a abandonar una mirada na-
turalista, idealizada o simplificadora del territorio,
para observar y comprender las formas de pro-
ducción, apropiación, representación o significa-
ción de los espacios en los que se desarrolla la
convivencia humana, y que expresan el bienestar
o malestar de las comunidades (28). El territorio
remite a una doble apropiación: por una parte, a
lo largo del desarrollo de las políticas públicas,
ha sido comprendido, desde la hegemonía de la
racionalidad burocrática managerial, como una
categoría de medición, división y delimitación
de las actividades de salud pública, especialmen-
te reservada para los procesos de focalización y
evaluación de inversiones . Sin embargo, el terri-
torio también es vivido por los pobladores. Es el
espacio, el mundo de la vida, en el que se gesta la
individuación sui generis latinoamericana: aque-
lla que no responde a un programa institucional
fuerte, sino que se forja más bien desde la capaci-
dad de los individuos para integrarse normativa-
mente con otros, para lidiar con los obstáculos del
día a día. En este escenario, las políticas públicas
son parte del paisaje y no se constituyen como
protagonistas de la vida social (10). Se tejen así
comunidades que mantiene vínculos difusos con
los programas institucionales del Estado, ya que
estos tienden a ser diseñados e implementados de
espaldas a la comunidad, e incluso al margen de la
perspectiva de los propios interventores sociales.
Las redes locales que emergen de este tipo de re-
lación pueden derivar en espacios de clientelismo
y manejo estratégico de comunidades para trans-
formar prestaciones públicas en un capital políti-
co partidista (29). En este último caso, los brokers
territoriales emergen como un degeneramiento de
Moller S., et al.
la participación vecinal y el territorio se reduce a
un escenario de intercambios instrumentales que
favorecen la posición de poder de un determina-
do grupo de personas.
Un segundo momento del territorio en la inter-
faz de participación ciudadana en salud emerge
de la mano de los transversales de política pública
(7), también denominados enfoques de la política,
que incorporan categorías de género, intercultura-
lidad, intersectorialidad, participación, derechos,
entre otros, y buscan posicionar discursivamente
determinadas dimensiones de los fenómenos so-
ciales abordados por el Estado. La importancia de
los entornos, los contextos y los determinantes
sociales de la salud impacta en los transversales de
las política de salud, motivando una mayor consi-
deración por las particularidades de los territorios
y las comunidades (28). Este enfoque ha motivado
que los centros de salud integren nuevas misiones,
anexas a la provisión de atención profesional. Bajo
este modelo, llamado en Estados Unidos, Anchor
Mission o misión de enraizamiento, los establecimien-
tos de salud ponen a disposición de la comunidad
todos los recursos que tienen, inclusos aquellos
no necesariamente clínicos como recursos eco-
nómicos y humanos, a través de iniciativas para
mejorar la salud desde sus determinantes sociales
y ya no solamente desde la lógica de la prevención
o curación de enfermedades (30).
En este sentido, el emplazamiento de un centro
de salud tiende a desbordar la lógica managerial,
poniendo en el centro de la interfaz las relaciones
territoriales. Sin embargo, este modelo, desarrolla-
do en contextos de subsidiaridad del Estado, más
que poner en discusión lo que es salud y enferme-
dad, apunta a abrir otros medios de acción para
la racionalidad sanitaria. Así, la misión biomédica
puede permanecer intacta, acompañada ahora por
otras misiones complementarias. La interrogante
es si el fortalecimiento de la relación territorial a
través de este modelo mantiene la hegemonía de
la biomedicina, relegando los fenómenos sociales,
culturales, psicológicos, y por cierto territoriales,
a comprensiones auxiliares que no modifican la
forma de administrar las enfermedades y los pro-
cesos de recuperación (31). La relación territorial
perdería así su potencial de movilizar efectiva-
mente un cambio en la agencia de los actores de
la salud.
Finalmente, la geografía crítica (Soja, Lefebvre y
Harvey, entre otros) constituye un tercer escenario
en el que el territorio se constituye efectivamente
como un movilizador de cambios sustanciales en
la interfaz de participación ciudadana, instalando
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