Cuadernos Médicos Sociales 2018; Vol 58 N°3 | Page 44

y revitalizan en el presente decisiones tomadas bajo esquemas de poder pasados. En este sentido el espacio y las materialidades de los dispositivos de salud son fundamentales para comprender la interfaz de participación. Bajo esta racionalidad espacial, el territorio emerge como una capa específica de la participación ciudadana. La manera en que el dispositivo se ubica y define su entorno territorial marca su nivel de apertura a las particularidades y complejidades de la salud, así como también su capacidad de enjambrar (27) tecnologías de autogestión, autocuidado, cuidado comunitario, prevención colectiva, etc. En este sentido, la participación se ancla en el diálogo y la mutua transformación entre el dispositivo y el territorio. Entendiendo esta relación de co-producción entre los dispositivos y el territorio, esta capa de la interfaz nos invita a abandonar una mirada na- turalista, idealizada o simplificadora del territorio, para observar y comprender las formas de pro- ducción, apropiación, representación o significa- ción de los espacios en los que se desarrolla la convivencia humana, y que expresan el bienestar o malestar de las comunidades (28). El territorio remite a una doble apropiación: por una parte, a lo largo del desarrollo de las políticas públicas, ha sido comprendido, desde la hegemonía de la racionalidad burocrática managerial, como una categoría de medición, división y delimitación de las actividades de salud pública, especialmen- te reservada para los procesos de focalización y evaluación de inversiones . Sin embargo, el terri- torio también es vivido por los pobladores. Es el espacio, el mundo de la vida, en el que se gesta la individuación sui generis latinoamericana: aque- lla que no responde a un programa institucional fuerte, sino que se forja más bien desde la capaci- dad de los individuos para integrarse normativa- mente con otros, para lidiar con los obstáculos del día a día. En este escenario, las políticas públicas son parte del paisaje y no se constituyen como protagonistas de la vida social (10). Se tejen así comunidades que mantiene vínculos difusos con los programas institucionales del Estado, ya que estos tienden a ser diseñados e implementados de espaldas a la comunidad, e incluso al margen de la perspectiva de los propios interventores sociales. Las redes locales que emergen de este tipo de re- lación pueden derivar en espacios de clientelismo y manejo estratégico de comunidades para trans- formar prestaciones públicas en un capital políti- co partidista (29). En este último caso, los brokers territoriales emergen como un degeneramiento de Moller S., et al. la participación vecinal y el territorio se reduce a un escenario de intercambios instrumentales que favorecen la posición de poder de un determina- do grupo de personas. Un segundo momento del territorio en la inter- faz de participación ciudadana en salud emerge de la mano de los transversales de política pública (7), también denominados enfoques de la política, que incorporan categorías de género, intercultura- lidad, intersectorialidad, participación, derechos, entre otros, y buscan posicionar discursivamente determinadas dimensiones de los fenómenos so- ciales abordados por el Estado. La importancia de los entornos, los contextos y los determinantes sociales de la salud impacta en los transversales de las política de salud, motivando una mayor consi- deración por las particularidades de los territorios y las comunidades (28). Este enfoque ha motivado que los centros de salud integren nuevas misiones, anexas a la provisión de atención profesional. Bajo este modelo, llamado en Estados Unidos, Anchor Mission o misión de enraizamiento, los establecimien- tos de salud ponen a disposición de la comunidad todos los recursos que tienen, inclusos aquellos no necesariamente clínicos como recursos eco- nómicos y humanos, a través de iniciativas para mejorar la salud desde sus determinantes sociales y ya no solamente desde la lógica de la prevención o curación de enfermedades (30). En este sentido, el emplazamiento de un centro de salud tiende a desbordar la lógica managerial, poniendo en el centro de la interfaz las relaciones territoriales. Sin embargo, este modelo, desarrolla- do en contextos de subsidiaridad del Estado, más que poner en discusión lo que es salud y enferme- dad, apunta a abrir otros medios de acción para la racionalidad sanitaria. Así, la misión biomédica puede permanecer intacta, acompañada ahora por otras misiones complementarias. La interrogante es si el fortalecimiento de la relación territorial a través de este modelo mantiene la hegemonía de la biomedicina, relegando los fenómenos sociales, culturales, psicológicos, y por cierto territoriales, a comprensiones auxiliares que no modifican la forma de administrar las enfermedades y los pro- cesos de recuperación (31). La relación territorial perdería así su potencial de movilizar efectiva- mente un cambio en la agencia de los actores de la salud. Finalmente, la geografía crítica (Soja, Lefebvre y Harvey, entre otros) constituye un tercer escenario en el que el territorio se constituye efectivamente como un movilizador de cambios sustanciales en la interfaz de participación ciudadana, instalando 42