Cuadernos Médicos Sociales 2018; Vol 58 N°3 | Page 171

ORIGINALES: Dossier Alma Ata fuera de lo tangible, los que fueron englobados por Engel como fenómenos psicosociales. ¿Por qué existía, y existe esta concepción tan estrecha entre lo tangible y la precisión numéri- ca? O, en contraparte, uno puede preguntarse, ¿por qué una emoción o una percepción sensorial consciente tan palpable en el día a día, como la ansiedad o la tristeza, debía de ser excluida de la nosología médica? Esta estrecha conexión provie- ne del reduccionismo fisicalista, que permeó fuer- temente al desarrollo científico occidental, desde el pensamiento Newtoniano del siglo XVIII hasta la actualidad. Las razones de esta fuerte raigam- bre de reducir el lenguaje de los fenómenos a los términos de la física, y especialmente a términos matemáticos, tiene su acervo en los grandes avan- ces de la humanidad desde los primeros descubri- mientos de la mecánica hasta la época. Este modo de pensar científico ha tenido un éxito rotundo. Basta pensar en la emergencia del VIH en la década de 1970: considerada en sus inicios como una enfermedad mortal, hoy tiene un tratamiento tan eficaz que permite mantenerla silenciada de forma crónica. Al reduccionismo le debemos este y otros logros. Entonces, ¿por qué hablar de parámetros tangibles y no únicamente de biología y psicología? Cómo se observará en los párrafos siguientes, está distinción es impor- tante porque hablar de fenómenos biológicos y psicosociales ha cambiado con el transcurso del tiempo. Supongamos una patología en específico, como una neumonía adquirida en la comunidad. Para un médico de principios del siglo XIX, lo tangi- ble consistía en encontrar procesos patológicos en un órgano susceptible, por lo que se abocaría en encontrar y describir los procesos de conges- tión, hepatización pulmonar y resolución en las autopsias de sus pacientes fallecidos. Un médico de finales del siglo XIX y de buena parte del XX se afanaría en encontrar lesiones celulares y en ais- lar el agente causal responsable de la enfermedad con análisis microscópicos. Desde finales del siglo XX y hasta la actualidad, nuestros nuevos tangi- bles son las lesiones moleculares y los registros genéticos, y funcionan como nuevos marcadores de enfermedad. El médico del siglo XIX y el XX, y nosotros, médicos del siglo XXI, estamos apli- cando la misma lógica del reduccionismo, con la salvedad de que nuestros tangibles son cada vez más pequeños. Los tangibles de hoy no serán los de ma- ñana. Si observamos con detención ellos han ido disminuyendo en tamaño, desde órganos a células, moléculas y genes. El reduccionismo ha permitido controlar epidemias por medio de va- cunas, antibióticos y antivirales de última genera- ción. Ahora cabe preguntarse, entonces… ¿Por qué abandonarlo? LA VEREDA DE LOS EXCLUSIONISTAS Y LOS REDUCCIONISTAS Volvamos a las disyuntivas enfrentadas por Engel en la década del 70. Para él, el problema trascendía más allá de los límites de la psiquiatría; pero para bien o para mal la polémica estaba ins- talada en ese territorio, y era menester identificar a sus rivales. Frente a la distinción realizada entre los ele- mentos biológicos y los psicosociales, a juicio de Engel, existían dos polos bien identificados que tomaban parte en la discusión. El primero de los dos extremos, simplemente excluiría a la psiquia- tría del campo de la medicina moderna, mientras que el otro se apegaría estrictamente a la biome- dicina y excluiría los denominados “problemas del vivir” (problems of living, en la cita original); lle- vando el manejo de estas problemáticas fuera del campo de la medicina. Engel llamó a estos dos extremos, el polo de los exclusionistas y el de los reduccionistas, respectivamente (3). En la vereda de los exclusionistas, Engel toma como referencia el pensamiento de Thomas S. Szasz, autor de The Myth of Mental Illnes y de otros artículos posteriores que van en una línea similar (15). En ellos, se menciona que existen efectiva- mente enfermedades atribuibles al cerebro, pero no atribuibles a la mente humana. Esto quiere de- cir que las desviaciones conductuales (intangibles) que tienen un correlato cerebral claro y específico (tangibles) son las “enfermedades reales”, mien- tras que las patologías exclusivamente atribuibles a lo mental (sólo intangibles) corresponden al “mito de la enfermedad mental”: La noción de enfermedad mental deriva su principal apoyo de fenómenos como la sífilis del cerebro o las con- diciones delirantes -intoxicaciones, por ejemplo- en que se sabe que las personas manifiestan diversas peculiaridades o desórdenes de pensamiento y comportamiento. Sin embargo, hablando correctamente, estas son enfermedades del cere- bro, no de la mente (14). Tomando como referencia este razonamiento, los problemas atribuibles a lo psicosocial debían ser trasladados a la esfera de los “problemas del vivir”, sin buscar correlato neurobiológico algu- no. La psiquiatría, por lo tanto, debía desaparecer como disciplina científica y transformarse en un 169 Cuad Méd Soc (Chile) 2018, 58 (3): 167-177