ORIGINALES:
Dossier Alma Ata
fuera de lo tangible, los que fueron englobados
por Engel como fenómenos psicosociales.
¿Por qué existía, y existe esta concepción tan
estrecha entre lo tangible y la precisión numéri-
ca? O, en contraparte, uno puede preguntarse,
¿por qué una emoción o una percepción sensorial
consciente tan palpable en el día a día, como la
ansiedad o la tristeza, debía de ser excluida de la
nosología médica? Esta estrecha conexión provie-
ne del reduccionismo fisicalista, que permeó fuer-
temente al desarrollo científico occidental, desde
el pensamiento Newtoniano del siglo XVIII hasta
la actualidad. Las razones de esta fuerte raigam-
bre de reducir el lenguaje de los fenómenos a los
términos de la física, y especialmente a términos
matemáticos, tiene su acervo en los grandes avan-
ces de la humanidad desde los primeros descubri-
mientos de la mecánica hasta la época.
Este modo de pensar científico ha tenido un
éxito rotundo. Basta pensar en la emergencia del
VIH en la década de 1970: considerada en sus
inicios como una enfermedad mortal, hoy tiene
un tratamiento tan eficaz que permite mantenerla
silenciada de forma crónica. Al reduccionismo le
debemos este y otros logros. Entonces, ¿por qué
hablar de parámetros tangibles y no únicamente
de biología y psicología? Cómo se observará en
los párrafos siguientes, está distinción es impor-
tante porque hablar de fenómenos biológicos y
psicosociales ha cambiado con el transcurso del
tiempo.
Supongamos una patología en específico, como
una neumonía adquirida en la comunidad. Para
un médico de principios del siglo XIX, lo tangi-
ble consistía en encontrar procesos patológicos
en un órgano susceptible, por lo que se abocaría
en encontrar y describir los procesos de conges-
tión, hepatización pulmonar y resolución en las
autopsias de sus pacientes fallecidos. Un médico
de finales del siglo XIX y de buena parte del XX
se afanaría en encontrar lesiones celulares y en ais-
lar el agente causal responsable de la enfermedad
con análisis microscópicos. Desde finales del siglo
XX y hasta la actualidad, nuestros nuevos tangi-
bles son las lesiones moleculares y los registros
genéticos, y funcionan como nuevos marcadores
de enfermedad. El médico del siglo XIX y el XX,
y nosotros, médicos del siglo XXI, estamos apli-
cando la misma lógica del reduccionismo, con la
salvedad de que nuestros tangibles son cada vez
más pequeños.
Los tangibles de hoy no serán los de ma-
ñana. Si observamos con detención ellos han
ido disminuyendo en tamaño, desde órganos a
células, moléculas y genes. El reduccionismo ha
permitido controlar epidemias por medio de va-
cunas, antibióticos y antivirales de última genera-
ción. Ahora cabe preguntarse, entonces… ¿Por
qué abandonarlo?
LA VEREDA DE LOS EXCLUSIONISTAS
Y LOS REDUCCIONISTAS
Volvamos a las disyuntivas enfrentadas por
Engel en la década del 70. Para él, el problema
trascendía más allá de los límites de la psiquiatría;
pero para bien o para mal la polémica estaba ins-
talada en ese territorio, y era menester identificar
a sus rivales.
Frente a la distinción realizada entre los ele-
mentos biológicos y los psicosociales, a juicio de
Engel, existían dos polos bien identificados que
tomaban parte en la discusión. El primero de los
dos extremos, simplemente excluiría a la psiquia-
tría del campo de la medicina moderna, mientras
que el otro se apegaría estrictamente a la biome-
dicina y excluiría los denominados “problemas
del vivir” (problems of living, en la cita original); lle-
vando el manejo de estas problemáticas fuera del
campo de la medicina. Engel llamó a estos dos
extremos, el polo de los exclusionistas y el de
los reduccionistas, respectivamente (3).
En la vereda de los exclusionistas, Engel toma
como referencia el pensamiento de Thomas S.
Szasz, autor de The Myth of Mental Illnes y de otros
artículos posteriores que van en una línea similar
(15). En ellos, se menciona que existen efectiva-
mente enfermedades atribuibles al cerebro, pero
no atribuibles a la mente humana. Esto quiere de-
cir que las desviaciones conductuales (intangibles)
que tienen un correlato cerebral claro y específico
(tangibles) son las “enfermedades reales”, mien-
tras que las patologías exclusivamente atribuibles
a lo mental (sólo intangibles) corresponden al
“mito de la enfermedad mental”:
La noción de enfermedad mental deriva su principal
apoyo de fenómenos como la sífilis del cerebro o las con-
diciones delirantes -intoxicaciones, por ejemplo- en que se
sabe que las personas manifiestan diversas peculiaridades o
desórdenes de pensamiento y comportamiento. Sin embargo,
hablando correctamente, estas son enfermedades del cere-
bro, no de la mente (14).
Tomando como referencia este razonamiento,
los problemas atribuibles a lo psicosocial debían
ser trasladados a la esfera de los “problemas del
vivir”, sin buscar correlato neurobiológico algu-
no. La psiquiatría, por lo tanto, debía desaparecer
como disciplina científica y transformarse en un
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Cuad Méd Soc (Chile) 2018, 58 (3): 167-177