Cuadernos Médicos Sociales 2018; Vol 58 N°3 | Page 12

consistió en levantar por la fuerza un modelo cen- tralizado de salud pública, que tendió a absorber a las sociedades obreras en su interior a través de un concepto y práctica de obligatoriedad de la previ- sión obrera en el Estado, lo que significaba debilitar las propias cajas de las sociedades autónomas y decretar su muerte progresiva. El nuevo Estado Previsional les prometió desarrollar una política de igualdad, de justicia, de protección social, de per- tenencia al estado que buscaba su bienestar como gran misión de la Nación. Esa fue la gran prome- sa planteada por el estamento médico y la clase política en el año 1925 y el año 1950, momento en que se consolida esa propuesta. Con toda la buena intención de este Estado Asistencial de Previsión Social y de este proyecto de Nación, de todas maneras persistía un determina- do ADN en los servicios de beneficencia y, por ende, en los servicios públicos: un ADN caritati- vo filantrópico para la atención de los pacientes, un régimen de atención de salud para pobres, lo que era una involución respecto de las prácticas de salud en las sociedades, las que percibieron su muerte próxima. Los obreros, inicialmente, tira- ron bombas al ministerio de salud, pero después tuvieron que aceptar el nuevo sistema y, reiterada- mente a lo largo del siglo, exigieron democracia en la administración de los fondos previsionales y en la política de salud; exigieron participar del sistema. La bandera de la “verdadera democracia” que era la “bandera de la participación” como gran reivindicación histórica, fue levantada con altura y firmeza en los años de 1960. En palabras del sociólogo Diego Palma: En los 60 la participación se proponía como un imperativo ético. La sociedad justa no era solo aquella en la que los beneficios se distribuían de forma más equitativa, sino básicamente se trataba de la convivencia en la que todos habrían de com- partir responsabilidades y decisiones”(1). En aquellos años 60 los procesos históricos en toda América y el mundo estaban levantando con urgencia o requiriendo teorías político socia- les que orientaran la construcción de una “ver- dadera democracia”; se trataba de construir una nueva democracia, una democracia social, parti- cipativa como un gran experimento político sud- americano. Aunque muchos de estos conceptos fueron definidos por algunos sociólogos belgas llegados esos años a Chile, dicha formulación conceptual emergió desde la propia experiencia SudAmericana. ¿Cómo se definió y cómo surgió la participación Illanes M. popular? ¿Desde el seno de la sociedad civil o como fruto de la intervención de una voluntad política fuera de ella? ¿Cómo se concebía el rol del Estado y de las instituciones en este proyecto de sociedad participativa? ¿Cómo impactan esas ideas y políticas de participación social en el cam- po de los saberes, de las profesiones, de la medici- na, del servicio social? Es decir ¿cuál es la relación que se establece, en un determinado momento histórico, entre ideología, saber y acción profesional? Nosotros planteamos que si bien la participación popular se gatilló y exigió desde el movimiento social y desde la efervescencia popular de los años 60, esta participación fue favorecida y estimulada simultá- neamente por una serie de elementos externos al movimiento social, proveniente del ámbito cultu- ral, estatal, eclesiástico, profesional, etc., todos los cuales contribuyeron a crear lo podríamos iden- tificar como una “ideología participativa” que se va a expresar en una práctica politica de “inducción participativa” en el seno de la sociedad civil o del pueblo. Esta ideología e inducción participativa impulsada por fuera y junto al movimiento po- pular, no solo delineó una nueva forma de conce- bir la política social, sino que concibió un nuevo orden político-social que surgiría como fruto de la transformación del carácter de la democracia; transformación que no emanaría de un modelo político abstracto, sino que emergería desde la base social organizada y participante. La partici- pación era la piedra basal desde la que brotaría la consciencia social, la pertenencia y la ciudada- nía política, generando una “democracia partici- pativa”, concebida como un régimen basado en la toma social de decisiones a nivel discursivo y práctico. Esta ideología participativa buscaba superar la marginalidad, que en ese momento se diagnos- ticaba como el gran problema de la sociedad en SudAmérica. Una de las vías fundamentales para superar la marginalidad era la participación la que, así, era mucho más que una política específica de un área de la política social: la participación era una categoría de construcción y proyecto político. Así, desde el ideario participativo surge una se- rie de discusiones y de iniciativas. En Santiago, por ejemplo, el año 1959 (el mismo año de la revolu- ción cubana) se creó en la Universidad Católica la primera Escuela de Sociología donde se va a comenzar a plantear la “ideología participativa” como fundamento de una nueva democracia y de una nueva comunidad. Sus profesionales trabajaron elaborando lo que 10