Cuadernos Médicos Sociales 2018; Vol 58 N°2 | Page 92

Así lo han resaltado y valorizado organizaciones como la OMS y la OPS que han liderado múlti- ples campañas en las que la mujer es protagonis- ta de políticas públicas en salud (promoción de la lactancia materna, acompañamiento materno durante la crianza) e incluso se ha reconocido que el nivel de escolaridad de la mujer influye positivamente en el desarrollo de los integran- tes de su familia. Sin embargo, pocas veces es ella la protagonista de políticas públicas pensa- das en ámbitos fuera de lo doméstico. De esta manera, se le atribuye a la mujer la responsabi- lidad de hacer sostenible su entorno, pero no se le reconocen sus derechos ciudadanos por el impacto positivo que genera en el desarrollo socioeconómico. Aun cuando la mujer hoy tiene mayor participa- ción, su oportunidad de acceder sigue siendo me- nor, pues se enfrenta a constante discriminación por su género, a la permanente sexualización, la subestimación de sus capacidades cognitivas y la in- equidad en el acceso a todos los servicios públicos. Lo anterior limita y dificulta que la mujer pueda de- sarrollarse profesional y personalmente de forma adecuada e igualitaria. Su papel en el ámbito públi- co sigue siendo invisibilizado y poco valorado. Así, en la mayoría de países latinoamericanos, las muje- res se encuentran en una situación de desigualdad social que traspasa todos los ámbitos de su vida, que disminuye sus posibilidades de tener una cali- dad de vida ajustada a sus expectativas personales y que, por tanto, ve en la migración una alternativa. Entonces, una mujer que en su país de origen se enfrenta a inequidades sociales, económicas y po- líticas, tiene menos posibilidades que un hombre de encontrar en el país de recepción, un contexto acogedor. Confluyen aquí diversos factores que condicionan que estas mujeres puedan verse en- vueltas en una situación de vulnerabilidad durante todo el proceso migratorio. Si bien es cierto que inicialmente, muchas muje- res migraron con objetivos de reunificación fami- liar (eran los hombres los que emigraban, conse- guían trabajo y vivienda para después reunir a su esposa e hijos en el nuevo hogar), en la actualidad, la mayoría lo hace de forma independiente ofre- ciendo servicios relacionados con los cuidados, como lo habíamos mencionado anteriormente, es decir, todo lo relacionado con la gestión y el mantenimiento cotidiano de la vida y de la salud, la provisión diaria de bienestar físico y emocional a otro (2). Se forma entonces la denominada “cadena global de cuidados”, en la que la mujer migrante Soto C., et al. ofrece sus cuidados a una familia que la contrata a cambio de un salario, en general, bajo condiciones laborales de explotación e informalidad, pero ade- más mantiene intacta su red en su país de origen en la que influye a través de otros medios (con- tacto telefónico, internet, envío de documentos y remesas) para continuar gestionando y adminis- trando los recursos de su hogar. Ejerce su mater- nidad a distancia e interviene en las dinámicas de su familia de origen. Esta cadena que se comple- jiza al evaluar las diferentes relaciones que hacen parte de la misma, crea una realidad transnacional que fomenta la transferencia de trabajo de cuida- dos de unos a otros. Es posible identificar esas relaciones de poder que se dan entre la población local y los inmigrantes, y además entre los mismos inmigrantes, con ciertos ejes entre los que se des- tacan el género, la etnia, la clase social y el lugar de procedencia (2). Pese a lo anterior, sus actividades laborales no le garantizan el acceso a la seguridad social pues las labores del cuidado no se recono- cen dentro del catálogo del trabajo formal y, por tanto, se encuentran fuera del margen de la nor- mativa laboral entre empleado y empleador. En este escenario, el trabajo precario y la explotación laboral se vuelven una constante en el empleo de mujeres migrantes. Con base en lo anterior, las condiciones en las que la mujer migrante accede al mercado laboral y, además, las que presenta en su vivienda y vida fa- miliar en el país de recepción, tienen como conse- cuencia efectos deletéreos en su salud. El hecho de que sus ingresos sean bajos, producto de la carencia de regularización de este tipo de mercado (tal como se fiscalizan y controlan las demás actividades pro- ductivas), y que el mayor porcentaje de estos esté destinado a remesas, hace que estas mujeres no cuenten económicamente con los recursos para adquirir lo básico, incluyendo, una óptima atención en salud. Puesto que la migración tiene que ver con la búsqueda de bienestar, la salud es el caso extremo que al tocarse con la dimensión laboral produce un sistema de exclusión social transnacional definido por su condición migratoria y por la incapacidad de los gobiernos de los países en los que viven para crear un sistema de derechos y servicios que atien- dan a esta condición. Se les otorga a estas mujeres el derecho a trabajar, pero se les niegan los demás derechos que les garanticen el acceso a los servicios de seguridad social. La población migrante es en- tendida como herramienta para el desarrollo, pero no participa ni es vista como sujeto de éste (3). Chile ha hecho esfuerzos para mejorar las con- diciones de los migrantes como proveer a todos 90