Incorporar la perspectiva de género en el cu-
rrículo de la formación de profesionales de la
salud es una tarea en construcción, si bien, esta
temática ha sido incluida en los contenidos cu-
rriculares, son menos las Universidades que han
incorporado una asignatura de género en su malla
curricular. Además, es importante analizar la for-
ma de inclusión del género, ¿una herramienta de
análisis?, ¿un indicador? o ¿cómo un constructo
teórico que permite visibilizar las relaciones de
poder vinculadas al sistema sexo-género? En ge-
neral más allá de las profesiones de salud, la incor-
poración del género en las universidades chilenas
es incipiente (1). Esta transformación inscrita en
la lógica de la mejora continua debe ser gradual y
recurrente, por ser un desafío complejo por los
obstáculos de la tradición académica que se deben
superar. No obstante, esta tarea de largo aliento
reportará buenos frutos para la sociedad y las per-
sonas en general, porque favorece la igualdad y
equidad en el conjunto de la sociedad, al tener un
efecto fractal, este es uno de los motivos por los
cuales las orientaciones internacionales del año
1995 en la Plataforma para la Acción de la Cuarta
Conferencia Mundial sobre Mujeres de Naciones
Unidas que se celebró en Pekín (2) sigue vigen-
te 23 años después instalándose como un tema
transversal para las políticas públicas (3).
Abordar el tema de género es controversial, por
implicar un análisis de la sociedad que devela las
desigualdades e inequidades estructurales asocia-
das al valor del sexo y su significación cultural.
Tensiona la reproducción hegemónica de las so-
ciedades al reivindicar los derechos humanos para
las mujeres y minorías sexuales y de género invisi-
bilizadas. De modo que, abre nuevas propuestas
de construcción social de los sexos y de su co-
rrelato cultural sustentadas en el eje de la igual-
dad-equidad. Esta es una propuesta de cultura
alternativa que remece al sistema sexo-género y
al orden establecido, siendo un revulsivo para los
grupos de interés.
El género es precursor de la desigualdad
estructural de las sociedades (4), por ser la
primera desigualdad humana que significa a las
personas antes de su nacimiento, construye un
orden diferenciado entre hombres y mujeres, a
pesar de corresponder cada segmento a la mitad
de la población y que en conjunto constituyen
los dos sexos legales reconocidos en nuestro
país. El género favorece la visibilidad de las
personas que no adscriben a la heterosexualidad
ni heteronormatividad y que constituyen grupos
históricamente vulnerados y ocultados.
Pavez A.
La teoría de género define este constructo
como la relación de poder entre hombres y muje-
res establecida culturalmente (5). Las sociedades
humanas contemporáneas tienen en común la asi-
metría de poder, donde la feminidad y las mujeres
son subordinadas a la masculinidad y por tanto a
los varones. Es la cosmovisión androcéntrica que
sostiene y posibilita el orden social, con la pree-
minencia del linaje paterno y la figura del padre
como sujeto que detenta el poder y origina el mar-
co de significados que organizan la vida social en
una cosmogonía representada en el patriarcado.
Desde este prisma androcéntrico y patriarcal
se ordenan los cuerpos sexuados, significados
culturalmente, en un orden asimétrico y vertical
marcado por la diferencia de valor-poder entre
los dos sexos: hombres subordinan a las mujeres,
acuñando la desigualdad entre los sexos. Por otra
parte, la subordinación o no poder de los hom-
bres está situada al interior de la masculinidad.
Es decir, masculinidad hegemónica respecto a
otras masculinidades, especialmente aquellas con
orientación sexual hacia el mismo sexo y con ma-
nifestación de género femenina. En el caso de las
mujeres, el androcentrismo y el orden patriarcal
las marca en la feminidad como el espacio de las
idénticas (6), en una ciudadanía pasiva con dere-
chos implícitamente limitados, de forma que la
sanción y marginación cultural está dada también
por la masculinidad hegemónica, que sanciona la
subversión de género cuando la homosexualidad
femenina atenta al orden social preestablecido.
Es necesario precisar que, siendo hombres, mu-
jeres y comunidad LGTBQ+ partes constitutivas
de la humanidad, socializadas en el mismo univer-
so simbólico occidental participan de la cultura de
la cosmovisión y cosmogonía androcéntrica-pa-
triarcal, estos significados compartidos naturali-
zados y normalizados se diseminan en diferentes
espacios y niveles del entramado sociocultural,
contribuyendo a la reproducción de la misma cul-
tura que subordina.
Remover y deconstruir estos significados, es
clave para la transformación cultural de las des-
igualdades de género en la vida social. La asimi-
lación del orden social hegemónico obstaculiza
la transformación hacia la igualdad, dado que el
sentido común asimila valores y legitima pautas
culturales de comportamiento que son apropia-
dos y cuyos significados son internalizados por las
personas en sus identidades sexuales y genéricas.
La construcción de la identidad tiene un compo-
nente central de negociación sociocultural y trans-
formación que están situadas en la historicidad de
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