Gisela Landázuri Benítez
l
Liliana López Levi
La economía rural ha sido tradicionalmente diversa, donde las actividades
agrícolas se combinan con otras para incrementar el bajo ingreso familiar. En
este sentido, el turismo no tendría por qué contraponerse, mientras no sea la
estrategia dominante. Sin embargo, el posible desarrollo turístico apunta a una
economía de servicios, en los que difícilmente van a poder encontrar empleo los
que por generaciones se dedicaron a trabajar la tierra. Lo anterior se ha hecho
patente en varios lugares donde el capital se ha apropiado con la promesa de
desarrollo y generación de empleos, como las zonas costeras.8
El problema de los programas de desarrollo turístico y de la promesa de
desarrollo mencionada, estriba en la pretensión de incorporar a las comunidades
rurales en un modelo de desarrollo capitalista, donde el consumo es central y
donde los valores occidentales se imponen en el marco de una globalización
y estandarización cultural, como si todas las sociedades locales tuviesen las
mismas aspiraciones mercantiles (Miranda, 2012:6).
Desarrollo, turismo y sustentabilidad
Si bien el desarrollo sustentable fue definido, desde la Comisión Brundtland
como: “Aquel que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer el
de las generaciones futuras”, la implementación de las políticas orientadas a
ello no pueden sustraerse de la rentabilidad económica desde una perspectiva
empresarial, como lo demuestra la investigación de Alejandra Cazal (2010). El
patrimonio y las prácticas tradicionales se convierten, en recursos económicos,
productos y servicios. Lógicas que están en otra racionalidad, ajena a quien
privilegia sus costumbres, relaciones, cultura e historia.
El capital, se atribuye el conocimiento, la capacidad de administración
y comercialización frente a los que, según él mismo: “no saben lo que les
conviene”. Frecuentemente se apr