Crisis Civilizatoria | Page 26

Verónica Bunge l Juan Antonio Reyes Introducción En el año 1876, el gobierno mexicano, tomando como ejemplo el Parque Nacional de Yellowstone, Wyoming, EE.UU., creó por decretó el Parque Nacional Desierto de los Leones, con el objetivo de proteger los bosques y manantiales que proveían de importantes servicios ambientales a la Ciudad de México (Vargas, 1984). A esta iniciativa no le siguió una cascada de decretos de protección de espacios naturales, sino que hubo que esperar un siglo para que esto comenzara a acontecer. En la década de los ochenta del siglo pasado, la preservación de áreas naturales bien conservadas cobró suma importancia; sin embargo, la protección se quedó limitada a la designación y no a crear reglas y acciones que pudieran conservar de manera efectiva estos recursos (Bezaury-Creel, 2009). Congruente con la funcionalidad biofísica del territorio, 74% de las ANP federales se encuentran en las zonas funcionales altas y medias de las cuencas hidrográficas (Figura 1). Esta distribución hace que la conservación de la integridad ecológica ofrezca más servicios ambientales asociados a la cantidad y calidad del agua, así como de recarga hídrica, que si estuviera en las zonas bajas de la cuenca (Garrido et al., 2010). En este sentido, se calcula que los servicios ambientales hídricos de las ANP mexicanas alcanzan un valor económico de $US 264 millones anuales (Bezaury-Creel, 2009). Figura 1. Distribución de la superficie de Áreas Naturales Protegidas federales según su ubicación en las zonas funcionales de las cuencas hidrográficas. Superficie de ANP (%), Zona funcional Baja, 26%, 26% Superficie de ANP (%), Zona funcional Alta, 38%, 38% Superficie de ANP (%), Zona funcional Media, 36%, 36% Zona funcional Baja Zona funcional Media Zona funcional Alta Sin embargo, en el aspecto social, el manejo de estos territorios es complicado pues se trata de zonas pobladas; utilizando los datos del Censo de Población y 24