Contemporânea Contemporânea #8 | Page 30

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VAI PARA

CUBA

No creo que nada de lo que voy a decir no haya sido dicho antes. Nada de lo que voy a decir, incluso, no me lo dijeron antes de viajar. Es la dimensión de las cosas lo que hace de Cuba un lugar único. Sus contradicciones son lo que nos recuerdan las naturalizaciones que hacemos de nuestra condición humana.

Ernest Hemingway relata en El viejo y el mar la historia de “el campeón” Santiago, un pescador cubano que dedica los días de su vejez entre el recuerdo de un pasado promisor y un presente esforzado en romper una racha de 84 días sin pique, sin poder pescar algo más que carnadas y lo mínimo para subsistir. Luego de enganchar lo que finalmente será su destino – el mayor pez que sus ojos y los de todo el pueblo hayan visto – y tras pasar tres días en altamar en un mutuo juego estratégico de resistencias, intentando cansar a su presa, pero también tratando de vencer su propia fatiga, Santiago se devela en una desvariada epifanía en la que le agradece al pez esta experiencia entre “hermanos” y en la que le expresa que se alegra de que los humanos no debamos vencer ni a la luna ni al sol ni a las estrellas (Hemingway, 2013: 101).

Esta historia escrita en 1952 anticipa unos años la última de las revoluciones cubanas, la más conocida, la que puso a Cuba en un lugar central del mapa mundial. Visitar la isla hoy1 es en parte revivir un pasado que enrostra que tanto lo que nos hermana como lo que nos diferencia produce performativamente distinciones que son percibidas como naturales, que muestra la dignidad de pelear hasta el cansancio incluso cuando se sabe que el agotamiento ganará, que el enemigo externo no es el que está del otro lado de la orilla sino el que reside en lo más cotidiano: es la viva historia de lo pudo haber sido, es el presente de lo que fue.

Llegar a La Habana, como fue nuestro primer destino, es encontrarse rápidamente con que lo temporal en Cuba sigue otro patrón al que uno puede acostumbrarse en Argentina. De hecho, simultáneamente parece que el tiempo se detuvo pero también que no paró de moverse: los autos antiguos, las calles despintadas, la moda digna de Buena Vista Social Club, ciertos modales, usos y costumbres que veo en los films en blanco y negro se conjugan con bulliciosos bulevares constantemente repletos de personas dialogando y desplazándose de un lugar a otro, la cercanía de playas paradisiacas que desbordan de hoteles 5 estrellas all inclusive, discusiones políticas públicas que sorprenden por el grado de conocimiento de las actualidades. Incluso sorprende que, mezclado en el paisaje de tantísima propaganda política de próceres como José Martí, El Che o la campaña contra el bloqueo – en realidad la única publicidad que se ve en la vía pública –, se pueda cruzar, hasta en el interior de la isla, con algún joven que usa ropa con los colores o la bandera de los Estados Unidos, paseando por los más icónicos sitios cubanos.

Sin hacer de esto una expresión romántica, uno se maravilla tanto con los intactos modelos de coches de los ’50 como de la reunión en plazas y parques públicos para jugar al ajedrez o las damas. Pero también sorprende lo que no se ve: la desigualdad que nos tienen acostumbradas nuestras

Eduardo Galak