Contemporânea Contemporânea #7 | Page 22

Cuba, isla bella

Cinthia Wanschelbaum

La Habana. Martes 2 de enero. 5.30 de la mañana. Suena el despertador. Por la ventana se filtran las luces y los ruidos de la calle Belascoain en Centro Habana. Aún está oscuro. Me visto y calzo las zapatillas. Bajo por el ascensor y salgo en busca de una guagua, una máquina, o algo que me acerque a la Plaza de la Revolución. Rápidamente desisto de moverme en algún artefacto a motor y decido ir caminando. Bordeo el imponente Hospital Hermanos Amejeiras. Subo por San Lázaro hasta la Universidad. Me detengo frente al Memorial de Julio Antonio Mella, fundador de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y del primer Partido Comunista de Cuba (PCC). Leo sus palabras: “Luchar por la revolución social en la América no es una utopía de locos o fanáticos. Es luchar por el próximo paso de avance en la historia”. Avanzo. Camino unos pasos más hasta toparme de frente con las escalinatas de la Universidad de La Habana. Me tomo unos minutos y observo los escalones por donde sube y baja el mayor porcentaje de estudiantes universitarios del mundo, que son los cubanos.

Tomo calle Ronda. A mi derecha veo el hospital Calixto García. Enseguida mi mirada hace foco en el cartel de su entrada. “Vale, pero millones de veces más la vida de un solo ser humano que todas las propiedades del hombre mas rico de la tierra”. La frase está acompañada de una imagen del Che, autor del texto que estoy observando.

Amanece. El cielo se pone rojo, como no podía ser de otra manera en suelo cubano. La salida del sol indica que ya está por empezar el desfile. La movilización empieza a las 7.30 de la mañana. Mas tarde, el calor agobia e incomoda el caminar del pueblo movilizado.

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Mis pasos empiezan a ser mas rápidos. No quiero perderme nada de lo que pase. El corazón empieza a latir más fuerte. No solo por el aumento de la intensidad en la marcha, sino porque cada vez estoy más cerca de la plaza. Bajo por Zapata. A lo lejos ya se escucha una música. Me dejo guiar por ese sonido que me lleva hasta Avenida Paseo. No puedo llegar hasta donde quería. Me topo con tremenda cantidad de personas paradas, esperando ordenadamente para marchar según lo que había indicado la noche anterior el noticiero de las 20.30 hs., que todos sintonizan en los televisores para mantenerse informados.

Desde allí, veo pasar a los niños, a los militares, a la Federación de Estudiantes Universitarios y a la gran bandera con la leyenda “Somos Fidel” que encabeza el andar del pueblo cubano. Allí me encolumno y marcho, rodeada de millones, emocionados, gritando y cantando “Yo soy Fidel! Yo soy Fidel!”. Yo también grito y canto. “Yo soy Fidel! Yo soy Fidel!”. Así está Cuba, envuelta en este himno combativo al líder revolucionario.

Termina el desfile. Descanso a la sombra de un árbol. Por ahí veo un mate. ¿Será argentino? ¿Será uruguayo? Camino para que me conviden un amargo. Charlamos. Comentamos lo que acabamos de vivir. La ronda se va armando. El mate nos va convocando. Algunos recién llegamos, otros ya están hace rato. El sentir nuestroamericano es de que estamos en un lugar soñado.

CUBA