Contemporânea Contemporânea #7 | Page 20

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Admitamos, con todo, que la revolución cubana se sostuvo a costa de las libertades. Aceptemos que fue necesario suspender ciertas garantías propias de un Estado democrático para que la revolución perdurara. No obstante, no olvidemos que lo que esa historia no dice, pero enuncia implícitamente, es que la crítica se hace con otras categorías de “libertad” que aquellas que hicieron a la revolución. Esa historia no dijo que las libertades que se perdían eran las libertades individuales, liberales, próximas a una burguesía propietaria que juzga el “fantasma del comunismo” con el “espíritu del capitalismo”. Tal vez, si suspendidas las libertades individuales lo que se pone en juego es la Libertad de un pueblo, el precio no sea tan alto.

La frontera es, en muchos casos, un “instante de peligro”. Es allí, en ese límite que estableció un adentro y un afuera, revolución o capitalismo, donde la historia que pretende mostrar un suceso “tal como sucedió” muestra sus debilidades1 . Podemos considerar que el tránsito entre uno y otro lado no se institucionalizó cuando Fidel Castro dijo “que se vayan, no los queremos, no los necesitamos”. Si esa operación fundó un límite, fue necesario, luego, que la posibilidad de traspasarlo estuviera en las propias condiciones del proyecto cubano. Sin embargo, esa posibilidad tenía una exigencia. Para que entre la revolución y el capitalismo existiera un intercambio se hizo necesario una transformación. Surgió así una nueva figura, la del “cubano convertible”.

Todo turista en Cuba, desde 1994, tiene que aprender que el país cuenta con un doble sistema monetario. Existe el “peso cubano” y existe el CUC, es decir, el “peso cubano convertible”, cuyo valor igual o próximo al

CUBA

dólar, supera en varias veces al primero. En mi viaje de 2011 observé que este doble sistema determina en cierta medida dos niveles de la vida cotidiana. Existe la realidad del “peso cubano”, moneda en la que se reciben los salarios y que permite acceder básicamente a artículos de primera necesidad. Pero existe también el “cubano convertible”, con el cual no sólo se pagaban los servicios, sino que también permitía el acceso a mercancías típicas de un mercado capitalista. La distinción no era complicada. Como turista era necesario saber si el precio estaba en “pesos cubanos” o en “cubanos convertibles”, de forma tal de no correr el riesgo de pagar varias veces por encima el valor de un producto. Lo interesante es que gran parte de los productos contaban con un precio “cubano” y un precio “turista”, quien desde su otro lado de la división debía pagar el precio de la “conversión”2 .

La revolución no lo pudo poner en mejores términos. Desde su lado de la historia mostró, con un gesto sublime, aquello que Walter Benjamin llamó, de forma decisiva, el carácter religioso del capitalismo3 . Si el capitalismo se estructura como una religión cuyo culto, permanente, no admite redención posible, la “conversión” será el rito sagrado con el que se ingresa en este culto al capital. Como tal el precio de la conversión no será únicamente una tasa de cambio. Si la conversión supone un cambio de condición, habrá que considerar el componente subjetivo de esta operación. Tal vez sea allí, en el esbozo de un sujeto que deviene capitalista, donde deban ponerse a prueba los límites de una revolución que, casi como por azar, inventó esta condición de “cubanos convertibles”.