Contemporânea Contemporânea #7 | Page 19

Cubanos convertibles

Cecilia Seré Quintero

CUBA

En 2011 la Revolución Cubana llevaba 52 años en el poder, se cumplía medio siglo de la erradicación del analfabetismo y se realizaba una nueva edición del Congreso de Pedagogía en la ciudad de La Habana. Fue mi ocasión para viajar a Cuba y conocer un poco más de cerca una revolución que parecía haber llegado a su ocaso y, cada vez más criticada, amenazaba con no ser más que fragmentos de una historia maltratada por el paso del tiempo.

Cuba dice mucho. Es más de medio siglo de América Latina, donde la isla se asomaba como una posibilidad de escribir otra historia. Pero frente a los relatos de la proeza revolucionaria del Caribe, que mi generación recibió en el sur de América como una historia de vencedores, también surgieron diversos frentes que, de derecha a izquierda, desplazaban el espectro de la crítica a la revolución.

Ante ese mundo paradisíaco de relatos, parecía el fin de una quimera saber que la revolución se sostenía a costa de ciertas vigilancias e interdicciones poco afables al espíritu democrático. El problema de estas situaciones es que los análisis parecen poco adeptos a salir de la posición de una democracia capitalista, y las críticas no parecen capaces de exceder las categorías propias de este tipo de regímenes. Se trata de un punto problemático, porque es el instante en el que la política y la teoría se encuentran sin saber qué hacer una con la otra. Se trata, a fin de cuentas, de cómo juzgar a un pueblo, de cómo sentenciar la historia.

No alcancé a comprender en aquel 2011 la complejidad del asunto. La cuestión pasaba básicamente por un sistema de equilibrios. De un lado los beneficios de la revolución, del otro sus debilidades. El problema es que ni uno ni otro de los lados del asunto deja de ser ponderado desde cierto dogma capitalista, liberal, individualista y democrático, a partir del cual se evalúa tanto los elogios como los fracasos de una revolución que procuró situarse en las fronteras de una estructura.

Las revoluciones se caracterizan por sus desproporciones. A la ofensiva, las democracias capitalistas se posicionan como el ejemplo de moderación y armonía. Pero puestas una junto a la otra sabemos que cada una conjuga, a su manera, los mecanismos para reproducir sus condiciones de posibilidad. Eso, como decía Marx, “hasta un niño lo sabe”. Sin embargo parece que eso no alcanza y entonces acusamos a Cuba de adoctrinamiento, de prohibiciones, de limitar libertades individuales y de sostener privilegios de algunos a costa de la miseria del resto. Como si no tuviéramos ya suficientes elementos para relativizar los idílicos aparatos pedagógicos, dispositivos de seguridad, sistemas de libre mercado, etc. que operan en nuestras “mesuradas” democracias capitalistas. Parece que la costumbre al sistema monetario tornara imperceptible el hecho que las monedas tienen dos caras, y que éstas nunca se muestran a la vez. Fetiche de la mercancía, decía Marx; ironía del dispositivo, declaraba Foucault.

19