Contemporânea Contemporânea #7 | Page 16

consumo y el trabajo) a las políticas que se destinan a los todavía excluidos; de quien consume gracias a su Bolsa de Posgraduación (por comparar dos “bolsas”) al modo en que se incluye al otro a través de la Bolsa Familia. Pero lo importante es que esa perspectiva invisibiliza otro plano que estas políticas –en su espesor– contienen, y que es explícito en la AUH: su carácter universal. Lo cual no sólo apela a un valor hoy en decadencia frente a los multiculturalismo particularistas, sino también a una lógica de inserción que no pasa por la venta de la fuerza de trabajo como una mercancía más. Aun cuando pueda considerarse a estas políticas un paliativo y no un fin en sí mismo, ellas contienen una potencialidad que va más allá del capitalismo, a la vez que visibilizan que con el modo de integración social capitalista no alcanza (lo que cabe entender como la “verdad negativa” de estas políticas).

No aplanar a dichas políticas nos sitúa ante el problema de trazar caminos para la construcción de un lazo social no capitalista, junto con la inclusión de los diversos sectores sociales al mismo, lo cual requiere no perder de vista aquello que más natural nos resulta: las consecuencias de esa inclusión capitalista para lo político y, específicamente, para la sensibilidad democrática.

Comienzo por la segunda cuestión. La lógica democrática –en sus variadas concepciones– presupone un ciudadano interesado por los asuntos políticos, por lo que cabe denominar la cosa pública (res publica). Sin tal interés “republicano”, sin la creencia en el valor del juego de lo público, sin esa illusio, la democracia no resulta concebible. Pero la integración que propugna el capitalismo, tanto a través del trabajo asalariado como del consumo mercantil, genera una lógica contraria: la de la

“cosa privada”. Incluso las políticas públicas (llevadas a cabo por el Estado) sobre cuestiones público-políticas (como el derecho al trabajo) no pueden evitar reforzar ese privatismo. Mejorar las condiciones de vida de los sectores bajos y medios (que son aquellos que pueden mejorarlas, los sectores altos sólo pueden tornarlas aún más obscenas) propicia más las vacaciones en familia, o la compra de un auto o un televisor más grande, antes que la movilización ciudadana por cuestiones que no los afecta inmediata y directamente (¿quién se moviliza por el estado de los trenes cuando nunca los toma, pues viaja en su auto?). Por supuesto esto no es un cuestionamiento a las vacaciones familiares (¿es que acaso los socialistas no pueden fumar bueno puros?, se preguntaría Bertrand Russell), sino una afirmación sobre el tipo de lazo social que el capitalismo produce necesariamente. Pues no genera jugadores interesados por lo público, presupuesto de la lógica democrática, tal y como se visibiliza cada vez que se discute la baja participación en los actos electorales. Mientras que allí donde el voto es obligatorio (como en Argentina y Brasil) lo evidenciado es que esa participación no es sólo un derecho sino también una carga ciudadana, que como jugadores de este juego estamos obligados a ella.

A partir de esto puede extraerse una primer conclusión que es también un primer desafío: fomentar la sensibilidad republicana, interesada por la res publica, es condición de posibilidad de una sociabilidad democrática, que no puede producirse si no es en detrimento del lazo social capitalista (¿acaso éste no es el problema de Marx o de Durkheim?, ¿por qué ha dejado de ser el nuestro?). Una sensibilidad que no tiene por qué desarrollarse contra el Estado, sino más bien en una compleja relación con él, que tenga en

POLÍTICA E SOCIEDADE

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