Cinéfilo 16 - Marzo 2014 | Page 8

oficina se transforma en una casa de locura, avaricia y desenfreno. Vemos una colección de excentricidades, desde un sastre propio que confecciona trajes a medida para cada uno de los empleados (que si no leí mal, llegaron a ser mil), una secretaria que se afeita la cabeza por U$S 10.000 para ponerse tetas postizas, un hombre destrozando un bate de béisbol contra el piso para descargar tensiones y hasta un desfile de animales exóticos, entre los que destacan un chimpancé que reparte correspondencia y una serpiente que adorna los hombros de Rugrat (uno de los “socios fundadores”). Todo esto registrado y construido como si fuera un musical, utilizando la cámara lenta para filmar con el máximo detalle y de la manera más sensual posible relojes de U$S 40.000, montañas de cocaína, prostitutas y hombres bala volando por el aire. La película se termina transformando en un espectáculo circense, en donde estamos los espectadores sentados en las gradas y en el escenario, frente a nosotros, el presentador Belfort/Scorsese que nos va anunciando cada número. El universo diegético de la película, que suele actuar de mediador entre el espectador y el director, prácticamente es pasado por alto. Y cada número, como en el circo, busca estimularnos sensorialmente, casi físicamente, provocándonos estupefacción y por supuesto empatía con el protagonista. En un momento Jordan está hablando con su padre y le dice que él tiene que hacer que sus brokers quieran vivir como él. Esta frase nos permite entender cómo funciona Jordan y cómo funciona la película: ambos son la publicidad de ellos mismos. La lógica narrativa de un show de circo indica que cada número tiene que impresionarnos aún más que el anterior y así hasta llegar al número principal que será el éxtasis, el punto más álgido del espectáculo y allí es donde la película falla, porque esa progresividad necesaria para mantener el deseo del espectador no funciona: después de ver dos o tres ejemplos de bizarreadas el resto es más de lo mismo y termina saturando. Además, en el afán de impresionar, se incluyen elementos abiertamente sórdidos, casi provocaciones, como retando al espectador a ver hasta dónde puede llegar a acompañar festivamente a la pandilla belfortiana. El caso que me resulta más explícito es el de una anécdota que pasa casi desapercibida: Belfort nos cuenta de un joven corredor que se casa con una secretaria famosa por haberle chupado la pija a toda la oficina, con la que incluso él y Donnie habían hecho un trío. Hasta acá todo bien, pero la remata con que tres años después el 6 joven se suicidó y muestra una foto que parece sacada de un informe forense real del cuerpo ensangrentado en la bañera, y concluye para pasar a otra cosa con un liviano “en fin”. Belfort pasa revista a este hecho con la misma ligereza con que incluye la serpiente y el sastre. A medida que la película avanza, los momentos al estilo del anterior son cada vez más explícitos, incluso la escena en que lanzan la IPO de Steve Madden roza la parodia, no sólo por la manera en que hacen linchar a un empleado porque está limpiando una pecera (y Donnie se toma la libertad de comerse el pececito vivo) sino por la combinación bizarra de frases incentivadoras que tira Belfort, en las que llega a darse el gusto de decir que el teléfono de los brokers es como el arma de un marine que espera por ser disparada. Entonces empieza a hacerse palpable un cambio, lo que antes se percibía con éxtasis y jolgorio se pone cada vez más oscuro, más denso, más amargo. Belfort empieza a ver su adicción a las drogas como un problema, su mujer ya no es un objeto de deseo sino una fuente de conflicto permanente, que el FBI lo investigue lo obsesiona y lo hace actuar mal. Y por detrás Scorsese le va soltando la mano lentamente, lo empieza a poner en evidencia frente a nuestros ojos. Cuando sobre el final de la película Belfort entrega a todos sus empleados, socios, amigos y enemigos para reducir su condena, concreta la segunda traición de la película; la primera lo tiene como víctima de Scorsese que cae sobre su amado protagonista con todo el peso de la moral y lo deja solo sin el cariño de los espectadores (¿quién, luego de que golpea a Naomi dos veces en plano secuencia e intenta secuestrar a su propia hija, va a seguir apoyándolo?). Pero eso no es todo: justo cuando el joven pareciera haber tocado fondo recuerda que es rico y el poder que el dinero tiene. Entonces la